martes, 16 de junio de 2009

La arrogancia de la razón

El fracaso de la Ilustración. Eso quiere ilustrar Elisabeth Badinter en su libro El infante de Parma (Marbot). La historia recuerda la de John Stuart Mill: la educación como un experimento, la pedagogía de la razón, la arrogancia de los filósofos. Al tal infante le pusieron dos intructores o tutores, nada menos que Condillac y Keralio, que supuestamente debían hacer de él un hombre inteligente y un buen estadista. Con el paso del tiempo se descubre que el pobre Fernando no daba la talla, que los esfuerzos de sus tutores han sido en balde, que han errado el tiro.

La arrogancia de los intelectuales que creen saber incluso cómo hay que educar a los niños. Una conversación entre profesores en la apestosa cantina de la universidad:
- A mi hijo, cuando empiece a crecer, no le pienso explicar historias de hadas o cuentos fantásticos. Hay que centrarse en la ciencia, hay que hacer de él un ilustrado.

Así razona el intelectual ignorante. Y así pensaron también los tutores del infante y James Mill. Pero esto no demuestra que la Ilustración fracasa, sino que su aplicación debe adecuarse a la naturaleza humana. La confianza en la razón no puede ser incondicional. Eso lo deberían saber hasta los ateos como ese tal monstruo bifronte de Ditchkins que se las da de sabelotodo.

martes, 9 de junio de 2009

Imposibilidad de la censura

Será lírico, pero está bien lo que canta Llach: "sou vosaltres qui heu fet del silenci paraules".

miércoles, 3 de junio de 2009

Desaparición evangélica de la Iglesia

Escribe Vattimo:

"La Iglesia como estructura histórica merece, evangélicamente, desaparecer".

lunes, 1 de junio de 2009

El pragmatismo religioso de José Luis Rodríguez Zapatero

Preguntado por su agnosticismo, Zapatero responde:

"Personalmente tengo una posición pacífica. La vida hay que vivirla sin angustia, y creo que la paz que debes a los demás, que yo trato de infundir a mi alrededor, se consigue en buena medida si no tienes la angustia de pensar qué será de ti una vez que desaparezcas de este mundo. Yo me asomo a ese precipicio de manera pacífica, estableciendo un pacto de aceptación con la naturaleza, que se ha demostrado que tiende al equilibrio salvo cuando la destrozamos los seres humanos. Estoy en paz con el más allá, no me provoca ninguna angustia, ni siquiera persigo el intentar saber, creo que ese es un afán vanidoso del ser humano."

"La vida hay que vivirla sin angustia", dice Zapatero, y uno se pregunta qué diría Kierkegaard sobre eso. Para el primer ministro, la angustia la provoca el afán vanidoso de la gente por querer saber las respuestas a las grandes preguntas de la existencia. Vanidosos y angustiados son, así pues, los ateos y los creyentes. El resto se asoman al precipicio de la muerte y lo contemplan "de manera pacífica", como quien no quiere la cosa, como si eso de morirse no fuera algo un poco angustiante, sino un acontecimiento (o la ausencia de un acontecimiento) que se puede aceptar pactando con la naturaleza. Un pacto civil y natural simultáneamente, por así decir. Esa es la no metafísica no existencial, un pragmatismo aderezado con cursilerias sobre precipicios, trascendencias inmantes y un deísmo ecologista que está muy á la page.

Sobre la espiritualidad el primer ministro demuestra tener las ideas aún menos claras:

"¿Cómo entiende la espiritualidad?

Es la expresión de nuestra condición de ser humano. Donde veo más trascendencia es en la generosidad; y la generosidad es aquello que refuta el imperativo biológico de todos los seres: defenderse, ser egoísta. Por tanto, lo que trasciende, lo que va más allá de ese egoísmo biológico, es ser generoso. Creo que todas las religiones que se precien deberían ser un canto a la generosidad. Pero hace tiempo que pienso que ni la religión ni la espiritualidad me van a resolver los interrogantes que tengo sobre el mundo, sobre nuestro origen y destino. Los interrogantes están ahí, dejemos que estén ahí."

Es de suponer que Rodríguez Zapatero habla aquí de la moral, del imperativo kantiano, como el espacio de libertad más allá del orgánico reino de la necesidad. Un imperativo que se reduce a la cristiana y no cristiana ley de oro.

A pesar de que su reflexión no es muy elaborada, el pragmatismo que transmite parece bastante sólido, cuando menos, mucho más que el resto de los ciudadanos. Sin embargo, lo que nos tenemos que preguntar es por qué responde a las preguntas de la señora de La Vanguardia. ¿Por qué no dice que eso no le compete a nadie más que a él? ¿De qué sirve saber que le gustan los callos o la sonrisa de su mujer? Supuestamente para acercarlo al electorado, y más ahora que, según las encuestas, pintan bastos para los socialistas en las elecciones del próximo domingo. La jerga espiritualista en que se expresa hace las delicias de los amorfos agnósticos de la sociedad española, la mayoría de los cuales lamenta la que, por otra parte, es la verdadera virtud del pragmatismo zapateril, a saber, que en lo político debe ser liberal en relación con las creencias de los consumidores, como dice en la primera respuesta, rápidamente interrumpida por la hiperactiva reportera.

"Usted se declara agnóstico, pero con cierto interés por la filosofía zen. ¿Cómo resuelve los enigmas de la vida y la muerte?

Trato de comprender a quienes se declaran creyentes…

Olvide a los otros, hable de usted."