El dato tiene interés si se piensa que el actual presidente es de ahí. Obama representa tanto al 56% como al 44% restante. Sus invocaciones suenan religiosas y en sus discursos cita a Dios más que Bush (para quien, claro está, se trataba de un significante implícito en cada una de sus palabras y decisiones). Al mismo tiempo, Obama tiene una apariencia laica, respetuosa, dialogante. Apariencia y realidad no son palabras muy útiles en política, como lo demuestra que en ella la demagogia es la regla. Dos lenguas, dos propagandas, dos estrategias, dos cosas importantes; una forma de poder.
Este bilingüismo o viperinismo de Obama es connatural a su contexto, el cual ve atenuada su influencia política gracias a la laicidad constitucional que preside la administración de justicia. Laicidad que, claro está, no es arreligiosa, pero tampoco antirreligiosa, como quisieran los laicistas de combate o los de Mississippi.
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