Hace un par de años, más o menos, le dediqué unas semanas a Bjørn Lomborg y a su libro El ecologista escéptico, que aquí publicó Espasa de la edición original en Cambridge University Press. El amparo de esta prestigiosa editorial académica que, supuestamente, basa sus publicaciones en informes anónimos de especialistas, ha contribuido a prestigiar y legitimar las afirmaciones de este danés que ha sido profesor de estadística en la Universidad de Aarhus y que más tarde ocupó un cargo en una oficina creada por el gobierno de Anders Fogh Rasmussen sobre asuntos energéticos. Algo más se podría escribir sobre sus ocupaciones, así como sobre las numerosas críticas que recibió su libro, por no hablar de la acusación de "deshonestidad intelectual" a la que lo sometió el Ministerio de Ciencias danés y de la que fue, finalmente, "absuelto". Pero eso queda para otra ocasión.
Leo un artículo suyo reciente en Project Syndicate: "Ciudades horno". Con excepción de la parte final en la que ofrece algunos cálculos, su texto lo podría haber escrito cualquiera de nosotros: en las ciudades la presencia masiva de cemento y asfalto, unida a la ausencia de agua y vegetación, provoca aumentos de la temperatura de los que se tiene conocimiento desde principios del XIX. En las afueras de las ciudades la temperatura suele ser más fresca y los veranos más llevaderos. No me parece justo enmendarle la plana al Sr. Lomborg, por lo banal de su argumento (su recomendación de pintar las casa de blanco), pues es de suponer que sus argumentos en otras partes deben estar mejor fundamentados.
Lo importante, como siempre, es lo político: con este artículo, y otros muchos que lleva publicando desde antes de su renombre mundial, Lomborg se alinea con los que piensan que paliar los efectos del calentamiento global es más barato que reducir nuestras emisiones de CO2, y que el protocolo de Kyoto no es racional, pues aplica unos medios incorrectos para lograr unos fines dudosos. Son dos los bandos. De una parte, los poderes económicos establecidos; de la otra, las convicciones de un pensamiento reacio a poner en duda su ortodoxia: el ecologismo.
Poco se puede añadir más que, como siempre, la ecuanimidad se halla en otra parte.
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