El siglo XXI, hijo bastardo de la Ilustración, cree que aún es posible hacer frente a los mitos y lugares comunes en los que reposa nuestra confianza en que mañana saldrá el sol. Sin embargo, quedan siempre rincones por limpiar, estereotipos que se resisten al análisis crítico, creencias que, en definitiva, nos mantienen en vida y mantienen boyante una determinada imagen del mundo. Así, quien más quien menos, está convencido de que las reservas energéticas del mundo son escasas, de que los veranos son más cálidos cada año que pasa, de que la comida es de peor calidad y de que la humanidad está cavando alegremente su propia tumba. Es este uno de los pocos asuntos en los que coinciden las instituciones y la opinión pública. El acuerdo es unánime. No es extraño pues que se acoja con incomodidad cualquier intento de poner en tela de juicio al espíritu ecologista de nuestros tiempos. En esta línea se encuentra “El ecologista escéptico” de Bjorn Lomborg que lleva ya un par de años, desde su publicación primero en danés y luego en inglés (Cambridge University Press), levantando ampollas entre científicos, activistas y políticos ecológicos. Tanta discusión se debe al peculiar e irritante estilo de Lomborg que mezcla a partes iguales el espíritu científico y el provocador, derribando con uno lo que construye con otro.
Lomborg, fue director del Centro de evaluación medioambiental de Dinamarca (2002-2004) creado por el gobierno de Anders Fogh Rasmussen, y en la actualidad es profesor de la Escuelala Inquisición. El científico persigue la verdad contra viento y marea, como un mártir. Para que esta verdad sea más creíble, Lomborg se dotó, en El ecologista escéptico, de una apariencia bien científica: 500 páginas de texto, 100 de notas y 60 de bibliografía. Ni más ni menos. Un solo libro para demostrar lo ilusorio de la paranoia ecologista del presente. Además, la denuncia de Lomborg no es gratuita. Según él, si el mundo no va tan mal como parece, entonces no se deben dedicar tantos recursos a su conservación o a la prevención de supuestos males. Así, según sus cálculos, sería más barato paliar los efectos negativos de la emisión de CO2, que reducir sus emisiones como propone el Protocolo de Kyoto. En pocas palabras: Bush II tiene razón. de Negocios de Copenhague y del Centro para el Consenso de Copenhague, presenta una tesis diáfana (y por ello mismo sospechosa): las estadísticas sobre el estado del mundo referidas al hambre, a la deforestación, al agujero de ozono, a la desaparición de especies, a las reservas de energía fósil, etc., no han sido correctamente interpretadas por las diversas instituciones internacionales y organizaciones ecologistas. Con base en las mismas estadísticas, Lomborg concluye que el estado del mundo no es tan preocupante como creemos o nos han hecho creer, y que las medidas preventivas recomendadas por el pensamiento ecológico están destinadas a paliar un problema que no existe y que no es esperable que exista. Lomborg se presenta como el único tuerto en un mundo de ciegos, y afirma que los agoreros y tremendistas mensajes sobre el mal estado del mundo con que nos bombardean los medios de comunicación no han pasado el examen de la crítica. Para enfrentarse a los lugares comunes e indiscutidos del ecologismo se requiere, según Lomborg, un atrevimiento parejo al de los ilustrados ante el tribunal de la Inquisición. El científico persigue la verdad contra viento y marea, como un mártir (así se expresa él por teléfono). Para que esta verdad sea más creíble, Lomborg se dotó, en El ecologista escéptico, de una apariencia bien científica: 500 páginas de texto, 100 de notas y 60 de bibliografía. Ni más ni menos. Un solo libro para demostrar lo ilusorio de la paranoia ecologista del presente. Además, la denuncia de Lomborg no es gratuira. Según él, si el mundo no va tan mal como parece, entonces no se deben dedicar tantos recursos a la conservación o a la prevención de supuestos males. Así, según sus cálculos, sería más barato paliar los efectos negativos de la emisión de CO2, que reducir sus emisiones, como proopone el Protocolo de Kyoto. Algo con lo que el gobierno de Bush no puede más que estar de acuerdo.
Es probable que cualquier lector poco ducho en asuntos estadísticos o científicos se contagie del escepticismo lomborgiano ante el catastrofismo ecologista. Sin embargo, es difícil no poner en duda unos argumentos basados casi siempre en cierta opacidad estadística y en una retórica autocomplaciente y engañosa. De botón, tres muestras: “el descenso en la calidad del semen se debe al gran aumento en la frecuencia de los contactos sexuales en los últimos cincuenta años”; hoy hay más gente que muere de hambre que en el pasado pero constituyen un porcentaje menor del total; las organizaciones ecologistas publican únicamente los resultados que sustentan sus tesis. Sin comentarios.
No es extraño que el libro fuera recibido con animadversión. El debate tuvo lugar no sólo en Dinamarca, en donde se publicaron más de trescientos artículos en la prensa, sino también en foros científicos internacionales como la revista Scientific American. Los ataques procedieron de todos los frentes: numerosos científicos refutaron las conclusiones de Lomborg cuestionando el uso que hace de las fuentes y la lectura parcial y capciosa de las estadísticas, y los activistas medioambientales pusieron en tela de juicio las motivaciones políticas del autor.
En Dinamarca el debate llegó a las autoridades. El anuncio del nuevo gobierno conservador de crear un instituto encargado de valorar los costes de la prevención de riesgos medioambientales y la sospecha, finalmente corroborada, de que pensaban en Lomborg para dirigirla, llevaron a cinco ciudadanos, inspirados por la máxima de Kierkegaard, “¡Quiero honestidad!”, a presentar una denuncia de “deshonestidad científica” ante el Ministerio de Investigación. La comisión de científicos, inicialmente pensada para casos de bioética relacionados con el ámbito de la salud, se vio desbordada por la tarea: ¿puede mentir un científico? ¿Puede equivocarse? ¿Cuál es la diferencia? ¿Es posible saber si Lomborg ha tergiversado los datos deliberadamente? ¿Es la estadística una ciencia propiamente dicha? La decisión final, ahora hace un año, un dechado de vaguedad, constataba que Lomborg había hecho un uso parcial de la información pero que su deshonestidad no había sido intencionada. Más tarde, Ministerio de ciencias danés revocó el fallo, y exigió la creación de una nueva comisión que revisara el caso sin caer en prejuicios políticos o en debilidades ideológicas. Lomborg, mientras tanto, pudo cantar victoria desde su despacho en Copenhague, y no dudó en afirmar que era víctima del espíritu inquisitorial de estos tiempos ecologistas, a los que se oponía desde una imparcial persecución de la verdad en la estela del pensamiento ilustrado que ahuyenta los mitos del presente. Un mártir de la causa neoliberal.
No obstante, lo de Lomborg no es tan novedoso. Su propuesta se enmarca en una larga tradición de críticos tecno-optimistas, como me comentó Joaquim Valdivielso del Departamento de Filosofía de la Universitat de les Illes Balears. Según este investigador, “Lomborg no ha entendido la cuestión ecológica y demuestra una gran incomprensión del reto que supone para las ciencias entender procesos complejos marcados por la interdependencia, la incertidumbre y las relaciones causales sistémicas”. Añade que “tras la aparente neutralidad ideológica de Lomborg, se oculta una fe fáustica en la tecnociencia y una defensa dolosa del establishment de negocios, instituciones, relaciones de poder y discursos que se beneficia y depende de que las cosas sigan igual”.
No es este el lugar ni alcanza mi competencia para rebatir las provocadoras tesis del enfant terrible danés. Prescindiendo de sus motivaciones políticas y de las de sus adversarios, la virtud del libro de Lomborg radica en su puesta en cuestión del pensamiento políticamente correcto de la ecología. El libro ya está en la plaza pública, los temas están servidos, es la hora de plantear el debate público. De debatir y de rebatir. Son muchos los que hubieran preferido que se callara, pero no son pocos los que querrán aprovecharse de su optimismo. Nuestro futuro y el de la Tierra, mientras tanto, andan en juego. O, cuando menos, eso parece.
Bjorn Lomborg, El ecologista escéptico, Espasa, 632 págs., trad. Jesús Fabregat Carrascosa.
Webs relacionadas con el “caso Lomborg
www.nepenthes.dk
www.vtu.dk
El pasado septiembre publicó un nuevo libro: Cool it - The Skeptical Envirommentalist's Guide to Global Warming, Marshall Cavendish. Y una reseña.
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