Cualquier cosa que se diga sobre las referencias a la religión de los políticos estadounidenses tiene connotaciones electoralistas, pero todo y con ello la demagogia produce excrecencias en ocasiones relevantes, si es que uno se empeña en observar con cierta curiosidad filosófico-política. Así, la senadora Clinton hace campaña por todo el país y adecua su mensaje a las preferencias de sus potenciales votantes. Por ejemplo, acentúa su perfil metodista en el estado de Carolina del Sur, en donde el voto negro, mayoritariamente religioso, está atento a estas cosas. Por ello, un tal, Zac Wright, su portavoz en ese estado afirma:
"The senator's faith is something that's very personal and dear to her, but it's reflected in all things she does and all aspects of life, so it's a natural part of the campaign".
“En todas las cosas que hace, en todos los aspectos de su vida”. ¿En todos? ¿También en sus decisiones políticas? ¿Debe, pues, consultar con
Tal vez habría que preguntar al revés: ¿es razonable exigirle que no lo haga? ¿Que aprenda a distinguir entre lo que ella cree en su fuero interno y sus obligaciones políticas?
Sobre estas preguntas ha escrito Habermas recientemente, en lo que algunos interpretan, sin tino, como su giro religioso. Pero no se trata ahora de lo que diga tan insigne filósofo, aunque en lo que sigue hay sin duda cierta influencia de sus artículos en Entre naturalismo y religión, así como de su respuesta al ácido ataque del que ha sido objeto recientemente por el combativo Paolo Flores d’Arcais.
No es idiota presuponer que Clinton sabe distinguir entre sus creencias de consumo interno y las que puede utilizar en la plaza pública sin miedo a que no la entiendan o no puedan compartir sus opiniones. Pero otra cosa es afirmar que debe realizar siempre esta distinción y que en sus decisiones ejecutivas y legislativas (si es que tiene la oportunidad de tomarlas) no puede referirse más que a razones susceptibles de ser compartidas por todos los ciudadanos que deberán obedecer las leyes que ella habrá contribuido a redactar y aprobar.
Para responder tal vez haya que conjeturar sobre el votante medio estadounidense. Es de suponer que los ciudadanos ahí desean en su mayoría que los gobernantes crean en el Dios cristiano en cualquier de sus acepciones, pues eso los convierte de inmediato en miembros de la comunidad moral, es decir, en personas con el mismo temor de Dios que ellos y con un conjunto de intuiciones morales que hacen de un americano un americano. De modo que para el votante medio americano, al que hay que suponer creyente, no hay problema en que su presidente o sus senadores decidan en conciencia, pues decidir en conciencia es formar parte de la comunidad moral, es respetar los vínculos de la ley natural. Con lo que no hay conflicto posible entre los dictados de la conciencia y el interés nacional. Por consiguiente, no es necesario que el político sea capaz de distinguir entre sus creencias privadas y su discurso público.
Pero, claro, el argumento presenta deficiencias: ¿qué hacer con los disidentes? Pues, a diferencia de lo que piensa Romney, en los eeuu no sólo viven creyentes, sino también incrédulos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario