El presidente hiperactivo no ha dejado pasar la oportunidad de predicar a los franceses:
“Depuis le siècle des Lumières, l'Europe a expérimenté tant d'idéologies. Elle a mis successivement ses espoirs dans l'émancipation des individus, dans la démocratie, dans le progrès technique, dans l'amélioration des conditions économiques et sociales, dans la morale laïque. Elle s'est fourvoyée gravement dans le communisme et dans le nazisme. Aucune de ces différentes perspectives – que je ne mets évidemment pas sur le même plan - n'a été en mesure de combler le besoin profond des hommes et des femmes de trouver un sens à l'existence.
Bien sûr, fonder une famille, contribuer à la recherche scientifique, enseigner, se battre pour des idées, en particulier si ce sont celles de la dignité humaine, diriger un pays, cela peut donner du sens à une vie. Ce sont ces petites et ces grandes espérances "qui, au jour le jour, nous maintiennent en chemin" pour reprendre les termes même de l'encyclique du Saint Père. Mais elles ne répondent pas pour autant aux questions fondamentales de l'être humain sur le sens de la vie et sur le mystère de la mort. Elles ne savent pas expliquer ce qui se passe avant la vie et ce qui se passe après la mort. Ces questions sont de toutes les civilisations et de toutes les époques et ces questions essentielles n'ont rien perdu de leur pertinence, et je dirais, mais bien au contraire. Les facilités matérielles de plus en plus grandes qui sont celles des pays développés, la frénésie de consommation, l'accumulation de biens, soulignent chaque jour davantage l'aspiration profonde des hommes et des femmes à une dimension qui les dépasse, car moins que jamais elles ne la comblent.”
En pocas palabras: la pregunta por el sentido de la vida sigue presente. El subtexto del discurso es el mismo que el de la mayoría de los discursos de Benedicto XVI: han desaparecido los “valores” e impera un relativismo que no ofrece una guía a la sociedad. Que lo diga el Papa, pase, pero uno queda estupefacto al ver que lo mismo afirma el presidente de un país que se ha adherido explícitamente a
Esto recuerda el discurso de los comunitaristas como Charles Taylor o Michael Sandel, lo cual es interesante pues los mismos franceses, a propósito de la ley de laicidad, instauraron una manera de hablar sobre el multiculturalismo y el comunitarismo como palabros que acabarían con la tendencia unificadora republicana. No parece, pues, que la coherencia sea la virtud principal de Sarko, pero nadie ha dicho que esa sea una virtud necesaria para poder gobernar, y menos aún en las democracias del espectáculo de masas.
Las sociedades plurales no pueden apelar a nada más que a la libertad de cada cual para decidir en qué cree, lo cual (supongo que afirman los sociólogos) ha redundado en que la mayoría no cree en nada más que en tener la nevera llena, la pantalla plana y un tiempito de ocio para echarse unas risas a costa del prójimo. Puede ser que la salud moral de nuestras sociedades no sea del todo buena. Pero, ¿corresponde al presidente de la república diagnosticar los síntomas? Más aún ¿prescribir la cura?
No sé ahora mismo cómo responder estas preguntas, tan sólo apuntaría que una dosis homeopática de paternalismo ilustrado puede ser en ocasiones tonificante cuando la mayoría ha perdido el rumbo, pero que esa concentración de autoridad legal y moral sólo puede ser fruto de la casualidad, la ofuscación generalizada o de una buena retórica.
El problema del discurso de Sarko en Letrán es que tras diagnosticar la pérdida de los valores, da un paso más y se precipita hacia la trascendencia saltando por encima de la laicidad. Esta operación la bautiza con el nombre de laicidad positiva, de la que en España tenemos buen conocimiento. Se entiende por laicidad positiva lo que sostiene el artículo 16.3 de
“C'est pourquoi j'appelle de mes vœux l'avènement d'une laïcité positive, c'est-à-dire d'une laïcité qui, tout en veillant à la liberté de penser, à celle de croire et de ne pas croire, ne considère pas que les religions sont un danger, mais plutôt un atout (una baza)”.
Una lectura que en realidad no añade nada nuevo, pues incluso Francia ha abandonado los tiempos de un anticlericalismo del que aquí, en España, aún viven muchos ateos. Y si ahí han dejado de ser anticlericales es porque la laicidad ha hecho su tarea y ha separado desde hace más de un siglo iglesia y Estado, sin que la obligación de “tener en cuenta” las creencias religiosas haya supuesto la obligación de apoyarlas financieramente y de permitir extrañas excepciones en las escuelas.
No parece probable, sin embargo, que el bueno de Sarko se plantee una refundación de
3 comentarios:
yo, more spinoziano (Spinoza ha sido el único verdadero ateo que ha habido en la modernidad, y no estos "ateos evangélicos" -excluyo a Pinker- de los Dawkins y cia., como los llama Roger Scruton), suscribiría el discurso de Sarkozy, en el bien entendido que la expresión "sentido de la vida" es puramente ilusa, pero no dañina.
lo que sí rechazo absolutamente, lo que me hace por tanto realmente ateo, y por tanto lo que desde ningún punto de vista se puede tolerar, es la frase "saber qué hay antes de la vida y después de la muerte".
yo empiezo mi curso de filosofía de bachillerato rechazando estas preguntas, o mejor dicho, planteándolas bien, a partir de Epicuro, Lucrecio y Spinoza.
esta frase de Sarkozy, me temo, y quizás usted estará de acuerdo, es una herencia teológica europea (como hay varias en la un tanto sobrevalorada "declaración de los derechos del hombre" francesa), que los americanos, pese a todo su espiritualismo de fondo judeo-cristiano, no padecen o en mucha menor medida o mejor llevada en la vida privada y pública.
pero en fin tampoco es para rasgarse demasiado las vestiduras; no estoy de acuerdo con la frase de Weinberg; al modo spinoziano, pienso que la religión -civilizada y plural- puede hacer bueno o por lo menos no malo al malo. "el que sea capaz de filosofía, que filosofe -incluida la ciencia-, el que no, que tenga religión". y la mejor, decía Spinoza, era la católica: "dios es amor", que no es exactamente lo mismo que la religión del amor del romanticismo.
en fin, lo de Sarko no llega aun a las fiestas del Ser Supremo que celebraba Robespierre.
Esto del relativismo cultural me parece sorprendente. Siempre ha habido valores en la sociedad y estos, considerados absolutos o relativos, trascendentes o circunstanciales siempre han variado de una generación a otra, y no sólo en la sociedad sino en el estado, la iglesia, la televisión y todas las fuentes de moralidad (e inmoralidad) de las que la sociedad se nutre. No solo las fuentes dinámicas, como son las instituciones, sino las estáticas: las leyes, los textos sagrados, los refranes y los consejos de la madre aún permaneciendo inalterables en el tiempo han variado de significado de forma vertiginosa. ¿Quién hubiera dicho en 1789 que la libertad, la igualdad y la fraternidad acabarían amparando los derechos de mujeres, judíos, homosexuales y negros? ¡Si hubiera intuido las consecuencias de la famosa terna, la generación que la abanderó jamás la habrían seguido!
La moral pública no existe en cuanto a cosa que es, sino en cuanto a hipótesis necesaria para que los valores individuales sean compartibles. La terna es maravillosa, no por el significado de las palabras sino por su poder de cohesión social. En ellas creen ciudadanos de todo pelaje, y las defienden. No preguntes a unos y otros cual es su idea de libertad, donde empieza y donde termina, o de igualdad, a quien engloba, a quien excluye, o de fraternidad porque descubrirás que sólo son palabras vacías, monumentos.
La moral es una construcción. En la medida que nada nos la transmite a todos íntegra e inalterada tendrá la doble propiedad de ser distinta para cada persona y estar referida a la misma cosa. Porque cuando hablamos de moral todos nos referimos a la misma cosa aunque sea una cosa que cada uno entiende de manera distinta.
En el momento actual la moral es algo difuso y que viste mucho. Muchos personajes públicos la exhiben, como Sarko o el Papa aunque no nos engañemos: como monumento, para investirse de su autoridad, no para definirla o enriquecerla. El debate sobre su naturaleza relativa o absoluta es irrelevante: es relativa en la medida en que cambia y absoluta en la medida en que es superior e inmaterial (Y todo lo superior e inmaterial es absoluto por tradición). La moral, a día de hoy es algo abstracto y público, es la consciencia social que nos permite conservar la dignidad y salvarnos del horror.
La salud actual de la moral, sin embargo está cuestionada, no ya porque la gente se comporte de modo inmoral, eso ha pasado siempre, sino porque las instituciones pueden caer en la inmoralidad y las instituciones han ganado peso. Antes se vivía en un mundo donde la libertad individual se veía restringida por la moralidad individual propia y la del vecino, por lo tanto el amigo, el enemigo, el bien y el mal circulaban por la calle. Había múltiples situaciones en que el individuo debía decidir por sí mismo, el poder superior moralizante no era de este mundo y todo el mundo tenía que sobrevivir en un mundo con cierto grado de descontrol y conflicto.
Ahora todo está regulado y controlado hasta la nausea, pagamos nuestros impuestos, cumplimos leyes, ordenanzas, normativas y directivas y todo lo necesario para que no se nos abra ningún expediente. Y luego nos refugiamos en urbanizaciones tal banales que los abetos crecen junto a las palmeras donde somos niños un rato hasta la hora de acostarse. Somos absentistas morales, vivimos en un mundo de trabajo y de ocio y no encontramos la más mínima recompensa en la moralidad. ¿Para qué? Cumplimos la ley y todo lo importante nos trasciende: la corrupción, el cambio climático, el crecimiento descontrolado de la población. Sabemos que vamos hacia el desastre pero no hay nada que hacer.
Esta es la actual crisis moral: En 1789 le gente fue capaz de canalizar su descontento y cambiar el curso de su tiempo, ahora en cambio vivimos bajo la falacia de la Gran Institución, ese poder superior y benigno al que se le supone el gobierno de todas las cosas, desde nuestra pensión de jubilación hasta la solución de los problemas medioambientales y de superpoblación mientras nosotros nos ocupamos de lo nuestro. Ya se verá.
Los retos que tiene por delante esta moral pública son diversos. Primero aclarar su relación con las instituciones y con los individuos. Ya se vio que la combinación de moral pública y amoralidad individual era imprevisible en la Alemania nazi. Ahora se ha visto que el peso de la inmoralidad de los gestores financieros de las diversas instituciones ha pesado más que la moralidad de la institución financiera. Ahora tenemos de cara el tema nada menos que de la conservación de las condiciones de vida y eso ¿Quién lo va a solucionar? ¿Y como? ¿de manera moral o inmoral? ¿Cuando la población de nuestro planeta sea otra vez sostenible nos reconoceremos en las palabras: Libertad Igualdad y Fraternidad, o forzada por la Necesidad la moral habrá cambiado hasta hacerse irreconocible?
Relativismo cultural
Esto del relativismo cultural me parece sorprendente. Siempre ha habido valores en la sociedad y estos, considerados absolutos o relativos, trascendentes o circunstanciales siempre han variado de una generación a otra, y no sólo en la sociedad sino en el estado, la iglesia, la televisión y todas las fuentes de moralidad (e inmoralidad) de las que la sociedad se nutre. No solo las fuentes dinámicas, como son las instituciones, sino las estáticas: las leyes, los textos sagrados, los refranes y los consejos de la madre aún permaneciendo inalterables en el tiempo han variado de significado de forma vertiginosa. ¿Quién hubiera dicho en 1789 que la libertad, la igualdad y la fraternidad acabarían amparando los derechos de mujeres, judíos, homosexuales y negros? ¡Si hubiera intuido las consecuencias de la famosa terna, la generación que la abanderó jamás la habrían seguido!
La moral pública no existe en cuanto a cosa que es, sino en cuanto a hipótesis necesaria para que los valores individuales sean compartibles. La terna es maravillosa, no por el significado de las palabras sino por su poder de cohesión social. En ellas creen ciudadanos de todo pelaje, y las defienden. No preguntes a unos y otros cual es su idea de libertad, donde empieza y donde termina, o de igualdad, a quien engloba, a quien excluye, o de fraternidad porque descubrirás que sólo son palabras vacías, monumentos.
La moral es una construcción. En la medida que nada nos la transmite a todos íntegra e inalterada tendrá la doble propiedad de ser distinta para cada persona y estar referida a la misma cosa. Porque cuando hablamos de moral todos nos referimos a la misma cosa aunque sea una cosa que cada uno entiende de manera distinta.
En el momento actual la moral es algo difuso y que viste mucho. Muchos personajes públicos la exhiben, como Sarko o el Papa aunque no nos engañemos: como monumento, para investirse de su autoridad, no para definirla o enriquecerla. El debate sobre su naturaleza relativa o absoluta es irrelevante: es relativa en la medida en que cambia y absoluta en la medida en que es superior e inmaterial (Y todo lo superior e inmaterial es absoluto por tradición). La moral, a día de hoy es algo abstracto y público, es la consciencia social que nos permite conservar la dignidad y salvarnos del horror.
La salud actual de la moral, sin embargo está cuestionada, no ya porque la gente se comporte de modo inmoral, eso ha pasado siempre, sino porque las instituciones pueden caer en la inmoralidad y las instituciones han ganado peso. Antes se vivía en un mundo donde la libertad individual se veía restringida por la moralidad individual propia y la del vecino, por lo tanto el amigo, el enemigo, el bien y el mal circulaban por la calle. Había múltiples situaciones en que el individuo debía decidir por sí mismo, el poder superior moralizante no era de este mundo y todo el mundo tenía que sobrevivir en un mundo con cierto grado de descontrol y conflicto.
Ahora todo está regulado y controlado hasta la nausea, pagamos nuestros impuestos, cumplimos leyes, ordenanzas, normativas y directivas y todo lo necesario para que no se nos abra ningún expediente. Y luego nos refugiamos en urbanizaciones tal banales que los abetos crecen junto a las palmeras donde somos niños un rato hasta la hora de acostarse. Somos absentistas morales, vivimos en un mundo de trabajo y de ocio y no encontramos la más mínima recompensa en la moralidad. ¿Para qué? Cumplimos la ley y todo lo importante nos trasciende: la corrupción, el cambio climático, el crecimiento descontrolado de la población. Sabemos que vamos hacia el desastre pero no hay nada que hacer.
Esta es la actual crisis moral: En 1789 le gente fue capaz de canalizar su descontento y cambiar el curso de su tiempo, ahora en cambio vivimos bajo la falacia de la Gran Institución, ese poder superior y benigno al que se le supone el gobierno de todas las cosas, desde nuestra pensión de jubilación hasta la solución de los problemas medioambientales y de superpoblación mientras nosotros nos ocupamos de lo nuestro. Ya se verá.
Los retos que tiene por delante esta moral pública son diversos. Primero aclarar su relación con las instituciones y con los individuos. Ya se vio que la combinación de moral pública y amoralidad individual era imprevisible en la Alemania nazi. Ahora se ha visto que el peso de la inmoralidad de los gestores financieros de las diversas instituciones ha pesado más que la moralidad de la institución financiera.
Y segundo el tema, nada menos, que de la conservación de las condiciones de vida y todo eso. ¿Quién lo va a solucionar? ¿Sarko, Benedicto? Y como ¿de manera moral o inmoral? Cuando la población de nuestro planeta sea otra vez sostenible ¿nos reconoceremos en las palabras: Libertad Igualdad y Fraternidad?
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