Es distinto por su exhaustividad y por su pretensión, por así decir, “revolucionaria”, de refundación del país sobre nuevas bases. El colonialismo dejó un reguero de ignorancia, muerte y, también, en el mejor de los casos, tecnología y orden. El postcolonialismo no sólo tiene que gestionar esta triste herencia, sino que además debe hacerlo con instrumentos nuevos y antiguos a la vez. La llave de Evo es el indigenismo. El nuevo Estado se funda en los indígenas, y la legalidad pasa a reconocer una validez jurídica inusitada a las prácticas originarias, como las llaman.
Joaquim Ibarz, el polémico corresponsal de
Alguna alma ingenua pedirá un juicio ecuánime. Intenté hace meses algo así y, como no podía ser de otra manera, fracasé. En una cuestión así lo que cuenta es la toma de partido, o eso parece.
La única alternativa decente sería contrastar las afirmaciones con la realidad sin pasar por las estadísticas sobre las opiniones de los ciudadanos. ¿Qué se ha conseguido? ¿Qué se conseguirá?
Pero, claro, a fin de cuentas no serán las mejoras o empeoramientos en la vida de los bolivianos el único criterio, pues la, así llamada, geopolítica cuenta más. Sobre todo visto desde el plácido occidente, donde los conflictos siguen siendo pacíficos (casi todos) y las cuestiones constitucionales sólo nos ensucian de tinta (casi siempre).
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