Un artículo en el País reivindica la superioridad moral del laico sobre el creyente. Se afirma que la moral laica tiene un sustento suficiente en la racionalidad en la que se fundamenta el respeto a la autonomía de nuestros congéneres, es decir, la dignidad humana, los derechos humanos.
No creo que el artículo logre convencer a nadie que no lo esté previamente, lo cual no habla en su favor. Más bien parece un síntoma. ¿Cómo es que un catedrático de filosofía del derecho está tan enfadado? Lo que le molesta es que la jerarquía católica dé su opinión en público sobre la moralidad de la sociedad presente, y demuestra su enfado defendiéndose de una acusación menor, que apenas parece que importe a nadie. La jerarquía católica quiere, claro está, garantizar a largo plazo sus prerrogativas. Esta respuesta materialista, por así decir, debe ser considerada si queremos entender el actual debate con y contra la dichosa conferencia episcopal española (a la que parece que todos estemos promocionando, de tanto como la citamos) y su utilización espuria del juego democrático para promover sus facciosos intereses. Con este fin critica algunas tendencias sociales y políticas, pero no cuestiona, salvo excepciones vergonzantes, los fundamentos del Estado de derecho. Se mantiene fidelidad al orden establecido y al Papa, y, en lo básico, se convive bien con esta dualidad de regímenes. El punto desde el que critican la sociedad es el dogma, o mejor, una serie de dogmas no poco meditados (lo cual no evita que a veces sean inicuos) en cuyo mantenimiento perseveran los jerarcas pues les va la vida. La sociedad que critican es un hombre de paja, del mismo modo que el catolicismo que critica el artículo del país es un sparring alelado que ofrece agradecido su terso mentón para que lo sacrifiquemos con un uppercut gratuito ya.
sábado, 5 de abril de 2008
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