lunes, 30 de junio de 2008
Autofelicitación
Las cámaras enseñan en cámara lenta a Juan Carlos I, Rey de España, celebrando el gol del niño Torres. Un gol de España. La primera reacción del jefe de Estado es espontánea. Se levanta de su asiento como cualquier otro españolito, con la boca abierta, los brazos gesticulando, pero un instante después recupera su, así llamada, dignidad como lo manifiesta el gesto con el que (auto)celebra el gol: se agarra una mano con la otra y sostiene ambas un momento delante de la cara, agitándolas brevemente. No hace más que darse la mano a sí mismo. El rey, agente y espectador del mismo acto. Es como si dijera: he marcado un gol. Nosotros, España, hemos marcado un gol. Felicidades, Majestad.
miércoles, 18 de junio de 2008
Más allá del control democrático (I)
Ambas iniciativas proponían una mejora de las instituciones democráticas, pero su signo político era claramente dispar. La primera iniciativa defendía las naturalizaciones democráticas, la democratización del proceso de adquisición de la nacionalidad suiza, lo cual es un eufemismo para promover la reducción de los extranjeros que adquieren la nacionalidad suiza. El logo que decora su página es un buen botón de muestra:
La avidez de manos no tan blancas o decididamente negras por conseguir el ansiado pasaporte rojo.
La reforma consistía en añadir un artículo a la constitución suiza:
"Art. 38, al. 4 (nouveau)
4 Le corps électoral de chaque commune arrête dans le règlement communal l'organe qui accorde le droit de cité communal. Les décisions de cet organe sur l'octroi du droit de cité communal sont définitives."
Esto es lo que se llama democracia participativa y descentralización, elementos claves de la confederación, que, no obstante, pueden tener consecuencias poco democráticas, si entendemos que la democracia no sólo es el poder del pueblo, sino también el respeto de los derechos individuales de los habitantes del país. El proceso de naturalización que se propone mediante esta modificación constitucional conlleva una desprotección de los individuos, pues no hay garantías de que se argumente la denegación de la nacionalización, quedando todo el proceso a expensas de lo que decida la comunidad.
Cualquiera de los defensores de la democracia, cualquiera de esos ciudadanos que apenas tienen nociones de lo que es esta forma de gobierno pero que en todo caso sí que saben que ellos tienen derecho a dar su opinión y a que se los escuche y que los políticos esto y los políticos aquello, considerará que está bien que sea la comunidad la que decida los procedimientos de naturalización, pues de este modo se evita que sean las instituciones las que se encarguen de todo dejándonos a nosotros, los ciudadanos, fuera de todo proceso de decisión. Sin embargo, la sustitución del imperio de la ley por el imperio de la voluntad popular es una caja de Pandora repleta de retórica rancia y de vecinos compinchados en contra de los Otros.
Entre la democracia directa y la democracia como control, las sociedades diversas del mundo contemporáneo tienen que conseguir que los asuntos que afectan a cuestiones fundamentales sean sustraídos de las manos del pueblo y dejados en manos de los procesos constitucionales establecidos. Cuando se trata de cuestiones básicas, así pues, los ciudadanos pierden capacidad de decisión para ganar en fuerza de control de las instituciones establecidas. Para otros asuntos, menos importantes, tal vez sí que sería aconsejable ampliar la capacidad de decisión de los ciudadanos. La democracia directa no puede aplicarse a asuntos que afectan a los derechos fundamentales, si no se quiere correr el peligro de destruir la democracia por exceso de la misma.
Paradójicamente, esta ampliación democrática está sometida, a su vez, a un proceso democrático de decisión (el referéndum). Por fortuna, en este caso los ciudadanos suizos que votaron (un 44% aproximadamente) se inclinaron mayoritariamente en contra de una democracia directa, concediendo a las instituciones sometidas al control de la ley y al escrutinio público la potestad para decidir cómo deben regularizarse las naturalizaciones de los extranjeros.
Speech acts
Propongo llamar a este tipo de emisión realizativa "acto de habla enfático", cuya explicación tal vez se deba al deseo de acompañar la consumación de un acto alegre con una designación del mismo. Otro ejemplo de este mismo tipo de actos se da cuando un niño se alegra de la aparición de algún familiar y emite su nombre, "¡Mamá!", mientras corre a abrazarlo.
sábado, 14 de junio de 2008
viernes, 13 de junio de 2008
Llamar a las cosas por su nombre
Pero hay una derecha que se expresa sin ataduras, sin complejos, que dice las cosas por su nombre. Así, despreocupado, transgresor, se presentó el recientemente fallecido Charlton Heston ante los miembros de
Divisiones esquemáticas que, sin embargo, poseen bastante fuerza motivacional para suscitar la sensación de que ocultan algo real. Los que se sienten amenazados por una mayoría que intenta imponer un nuevo vocabulario son los que afirman que existe la guerra cultural. Es el caso de la iglesia conservadora en España o el de los defensores del derecho a llevar armas en los EEUU. Sostienen que la presión social (la de la sociedad sobre el individuo) sesga los discursos y que determinadas opiniones son acalladas, no mediante la coerción, sino mediante la exclusión sutil.
En palabras de Heston a sus correligionarios de
De vez en cuando surge una voz que dice ser la única que tiene el coraje de transgredir lo políticamente correcto, de hablar ahí donde otros callan. Uno que, impostando la ingenuidad de infantil, dice que el rey está desnudo.
Me resisto a creer que este asunto tenga algo que ver con la libertad de expresión. Me resisto asimismo a analizarlo con ayuda de la famosa “tiranía de la mayoría” de Mill. Y si me resisto es porque algo falla cuando es uno mismo el que se las da de transgresor, cuando uno mismo es el que, en cierto modo, crea al enemigo para engrandecer el propio coraje. No son tan valientes, los que dicen, donde no toca (por ejemplo en las facultades de letras de las universidades públicas españolas) que, por ejemplo, los inmigrantes son fuente de problemas y corrompen la unidad nacional. Ni tampoco los que dicen que en Cataluña no se puede hablar en castellano. Ni los que se quejan de la presunta importancia del, así llamado, lobby gay. No lo son, porque, aunque hay un discurso social que refuerza la sensación de que se da presión social para evitar la mención de determinados asuntos o palabras, este discurso no logra imponerse sin que su contrapartida también se exprese. (Quede dicho que no me refiero aquí a las situaciones en las que se da violencia física evidente y algunos ciudadanos deben ir escoltados por decir lo que dicen. Y no me refiero a ellas, porque si no otra cosa, se requiere por lo menos coraje para seguir hablando cuando las consecuencias de hacerlo son tan desfavorables para uno.)
Pero, salvo los casos en los que hay violencia física evidente, lo que peligra cuando los conservadores dicen ser víctimas de lo políticamente correcto y sostienen que no pueden expresarse en igualdad de condiciones, no es la libertad de expresión o de pensamiento. Lo que peligra es la democracia, pues hablar de guerra cultural conlleva considerar que la democracia es una lucha por hacerse con el poder e imponer unos valores. La democracia peligra más que las libertades individuales, pues éstas, en contextos favorables, están bien protegidas y asumidas por los ciudadanos, mientras que la democracia es todavía vista como una manera de que reine la mayoría, de hacerse con los favores de la mayoría.
jueves, 12 de junio de 2008
Los museos y la vida
Algo semejante le puede ocurrir al visitante del Museo de Arte Contemporáneo Donna Regina en Nápoles si se asoma a la azotea para contemplar la escultura de un caballo que ahí se encuentra. Preferentemente al atardecer, poco antes de que cierren. Tras pasar por las salas que casi nadie visita y en las que uno se topa con las usuales obras de arte de los usuales artistas reconocidos contemporáneos, desde la azotea uno ve al fin la vida: un niño que llora en un balcón mientras su padre fuma acodado en la barandilla, un viejito que lee el periódico en una silla de enea, otro niño que se saca la camiseta debajo de una lámpara de araña, dos pequeñuelos que saludan desde una terraza colindante, las palomas, el interior de innumerables casas, los visillos, un grupo de inmigrantes africanos charlando alrededor de una mesa plantada en plena calle.
Un soplo de vida esa azotea.
martes, 10 de junio de 2008
¿Qué es la religión?
Al no iniciado le puede sorprender que apenas se encuentren definiciones de religión. Ni siquiera los libros que pretenden definir a la religión, despejan las dudas.
Los tribunales que legislan al respecto siguen diversas tendencias. En España, por ejemplo, la Ley Orgánica de Libertad Religiosa no define el ámbito de cuestiones que cubre, pero sí las que no cubre. Así en su artículo 3.2 dice, de modo ciertamente arbitrario:
"Quedan fuera del ámbito de protección de la presente Ley las actividades, finalidades y entidades relacionadas con el estudio y experimentación de los fenómenos psíquicos o parapsicológicos o la difusión de valores humanísticos o espirituales u otros fines análogos ajenos a los religiosos."
La jurisprudencia al respecto es diversa. Àlex Seglers la repasa exhaustivamente en su libro La laicidad y sus matices (Comares, 2005). Destaca la sentencia 46/2001 del Tribunal Constitucional que amparó a la Iglesia de Unificación de Moon en la que se dice que: "la Administración no debe arrogarse la función de juzgar el componente religioso de las entidades solicitantes del acceso al Registro".
En Francia la práctica es semejante. Así como en Estados Unidos.
Nos encontramos con que finalmente se legisla sobre algo que no se puede definir. Los ateos militantes se rasgan las vestiduras por esta genuflexión institucional ante la superstición. La superstición amparada por las instituciones. Sin embargo, ahí radica una garantía de libertad. Libertad en nombre de la ignorancia, dirán algunos. Puede que sí. Pero, nadie ha dicho que la libertad nos deba hacer más inteligentes, sino, valga la redundancia, más libres. Libres para encadenarnos al ídolo que prefiramos.
lunes, 9 de junio de 2008
"[En la profesión docente] isolation from the political world is not required. All that is required is the quite ordinary ability to distinguish between contexts and the decorums appropriate to them. When you enter an institutional setting — an office, a corporate boardroom, a cruise ship, a square dance, an athletic event — the concerns to which you are responsive belong to the setting, and you comport yourself accordingly. Rather then asking, “What do my political and religious views tell me to do?”, you ask, “What do the protocols of this particular endeavor or occasion tell me to do?”
The setting of the classroom is no different, even though the materials you encounter are often fraught with moral and political questions to which you would give very definite answers were you confronted by them in your life outside the academy. As long as you are in the classroom, and as long as you recognize the classroom as a place with its own constituitive demands, those questions will be seen as items in an intellectual landscape and not as challenges to which you directly and personally respond."
La democracia /y la buena educación) requiere que los ciudadanos sepan comportarse de acuerdo con el contexto en que se hallan. Que sepan que las razones que valen en un contexto no valen en otro, que lo que sirve en el ámbito privado no siempre sirve en el público. Los profesores, a pesar de su libertad de cátedra, no pueden hacer discursos políticos. O mejor, no deben hacer discursos políticos, sino mantenerse en la superficie políticamente hablando y en la profundidad filosóficamente hablando. Si lo hacen o no, es otra cosa que debe dirimir cada cual en su conciencia.
Hay dos objeciones:a) ¿Esta neutralidad académica, no es a su modo una forma de aquiescencia al, así llamado, sistema? ¿Una aceptación políticamente motivada de lo vigente?
b) ¿Es posible alejarse de los propios prejuicios?
A b) se puede responder que lo importante no es si es posible o no, sino si vale la pena esforzarse en conseguirlo. De modo que el profesor debe ir ya limpio de prejuicios a clase o, cuando menos, estar dispuesto a manifestarlos en ella para que entre todos sepan a qué atenerse, en qué campo juega cada cual, cuánto dinero gana cada cual, a qué instituciones sirve cada cual, qué pleitesías rinde cada cual, qué entiende cada cual por libertad de cátedra, quién o qué ha condicionado al docente en la redacción del temario de la asignatura.
La objeción a) presupone que los docentes deberían contribuir a algo así como la revolución o la reforma de la sociedad. Este presupuesto les atribuye unas prerrogativas distintas a las del resto de los ciudadanos, pues los considera no sólo responsables de su trabajo sino también del destino de la sociedad, elite, en definitiva. Los que piensan de sí mismos en estos términos, sufren de egolatría. El resto deben hacer su trabajo tan bien como puedan, cuestionando lo cuestionable (casi todo), y hablando de lo que saben. Del resto, mejor se callan.
viernes, 6 de junio de 2008
Lo que necesitan los científicos es una cura de humildad
Pinker recuerda al pistolero que desenfunda más rápido. Citaba el otro día el primer espada de los periodistas españoles un artículo suyo y el amable señor Brotons me preguntaba qué pensaba.
En más páginas de las necesarias, Pinker sostiene que la bioética no necesita la noción de dignidad pues es demasiado subjetiva, relativa al contexto e incluso puede ser peligrosa, y propone sustituirla por la de autonomía. Según su opinión, si en lugar de centrarnos en la escurridiza dignidad, pensamos en términos de autonomía, no encontraremos tantos motivos espurios para limitar la investigación biomédica y el resultado será que muchas personas que sufren enfermedades ahora incurables podrán seguir viviendo dignamente.
La cuestión relevante es si existen límites a lo que se puede investigar, si podemos justificar, con argumentos susceptibles de ser compartidos por todos, que se limiten acciones humanas. El principio liberal para este tipo de limitación es el del daño a los otros. El problema al aplicar este principio a consideraciones bioéticas es que son raros los casos en los que se puede identificar claramente el daño, por ello, siguiendo con la argumentación pinkeriana, la dignidad permite señalar un daño intangible que justificará la prohibición. La propuesta es interesante, pero no toma en consideración a los seres no autónomos, niños y discapacitados, seres no autónomos que sólo pueden ser defendidos si se les atribuye la intangible dignidad. En el caso de seres autónomos está claro que lo mejor es preguntarles lo que desean que se les haga para que ellos puedan decir lo que más les conviene. Al resto no se les puede preguntar, ni tampoco a los animales.
Está claro que la dignidad es escurridiza y que difícilmente ofrecerá asideros para axiomas normativos. Tal vez el problema de Pinker radica en que busca este tipo de ecuaciones perfectas que nos permita actuar sin tomar en consideración los contextos, simplemente aplicando un protocolo. Es decir, de manera inhumana.
En general, sin embargo, Pinker parece tener razón. Es ajustada su crítica a los argumentos religiosos, y más cuando se trata de un documento subvencionado por el Estado.
Pero ¿basta con el optimismo de estos jóvenes y audaces científicos? ¿Son tan listos como para que les dejemos subvertir las nociones tradicionales de respeto, don, amor incondicional o sacrificio? Está bien que las decisiones institucionales se tomen adoptando parámetros científicos y está bien que los científicos no tengan otro límite en su investigación que la autorregulación (en la que el resto de ciudadanos depositamos nuestra confianza). Pero no pueden tener el monopolio en la definición del ser humano. Deben, pues, atemperar su arrogancia y escuchar a todos los paletos e iluminados que a fin de cuentas también son ciudadanos y que sobre la humanidad saben por lo menos tanto como los señores de la bata blanca.
jueves, 5 de junio de 2008
España: país desecularizado
Con estas palabras, la vicepresidenta del gobierno de España incluía una revisión de la Ley Orgánica de Libertad Religiosa en los planes para la presente legislatura.
La formulación de la vicepresidenta de que la laicidad es lo mismo que la aconfesionalidad tal vez no sea discutible en términos jurídicos, pero sí que constituye una elección ideológica que a buen seguro no satisfará más que a los que ya lo estén con este gobierno. Pero esta es una cuestión menor. El anuncio de la reforma ha sido leído desde las filas laicistas de la sociedad como una buena noticia que, suponen, reducirá la presencia de las religiones en el espacio público y ahogará lentamente las aspiraciones económicas de la iglesia católica. Sin embargo, no es esa la finalidad de la reforma. Cualquier reforma que se haga de la ley buscará respetar la libertad religiosa considerada como derecho humano. Esto implica que se facilitará la cooperación entre el Estado y las confesiones religiosas, que se garantizará el ejercicio de este derecho por parte de las confesiones minoritarias y que, en definitiva, se incluirá a más beneficiarios de todo tipo de ayudas económicas para ejercer sus derechos de conciencia (libertad de reunión y de culto). El gobierno ya tiene una fundación dedicada a este asunto y la nueva ley no puede tener otra finalidad que reconocer las necesidades religiosas de los ciudadanos que las tengan.
De modo que el "viaje a la laicidad" del gobierno no es un viaje secularizador de la sociedad. No se trata ahora de que el gobierno nos eduque para deshacernos de las cadenas de la supersitición religiosa como quieren tantos, ni de que se reduzca el ámbito de influencia de las religiones en la vida pública, sino al contrario, que cada cual pueda expresarse libremente y ejercer sus obligaciones confesionales sin interferencias ni estatales ni sociales. Cualquier reconocimiento de la libertad religiosa por parte de un Estado que se considera garante y protector del ejercicio de esa libertad implicará la colaboración con las religiones.
En un libro que acaba de aparecer, cuyo autor prefiero no mencionar, se lee: "La democracia liberal, que por definición tiene que respetar la libertad de religión de cada uno de los ciudadanos, no puede favorecer ni privilegiar ni discriminar a ninguna religión particular." Ergo, como no puede relacionarse de ningún modo en particular con ninguna religión, la solución sería o no relacionarse en absoluto con ninguna o relacionarse por igual con todas. Sepan los laicistas combatientes que no será la primera la opción que este gobierno elegirá. La desecularización se ha institucionalizado en España.
* * * * * *
No es su mejor tema (ni su mejor época), y en realidad es una pena que las condiciones de su país le llevaran a escribir y componer sobre política, pero es un trabajo sucio y alguien tiene que hacerlo. Con todo, ya quisiéramos aquí unos pocos críticos de la connivencia inteligentes, mordaces y no necesariamente progres. Véanlo (fue en Barcelona, hace ahora veinte años y algunos tuvimos la suerte de estar ahí). Y ya que están, esto y esto y esto y esto también sonó ese día.