Pero hay una derecha que se expresa sin ataduras, sin complejos, que dice las cosas por su nombre. Así, despreocupado, transgresor, se presentó el recientemente fallecido Charlton Heston ante los miembros de
Divisiones esquemáticas que, sin embargo, poseen bastante fuerza motivacional para suscitar la sensación de que ocultan algo real. Los que se sienten amenazados por una mayoría que intenta imponer un nuevo vocabulario son los que afirman que existe la guerra cultural. Es el caso de la iglesia conservadora en España o el de los defensores del derecho a llevar armas en los EEUU. Sostienen que la presión social (la de la sociedad sobre el individuo) sesga los discursos y que determinadas opiniones son acalladas, no mediante la coerción, sino mediante la exclusión sutil.
En palabras de Heston a sus correligionarios de
De vez en cuando surge una voz que dice ser la única que tiene el coraje de transgredir lo políticamente correcto, de hablar ahí donde otros callan. Uno que, impostando la ingenuidad de infantil, dice que el rey está desnudo.
Me resisto a creer que este asunto tenga algo que ver con la libertad de expresión. Me resisto asimismo a analizarlo con ayuda de la famosa “tiranía de la mayoría” de Mill. Y si me resisto es porque algo falla cuando es uno mismo el que se las da de transgresor, cuando uno mismo es el que, en cierto modo, crea al enemigo para engrandecer el propio coraje. No son tan valientes, los que dicen, donde no toca (por ejemplo en las facultades de letras de las universidades públicas españolas) que, por ejemplo, los inmigrantes son fuente de problemas y corrompen la unidad nacional. Ni tampoco los que dicen que en Cataluña no se puede hablar en castellano. Ni los que se quejan de la presunta importancia del, así llamado, lobby gay. No lo son, porque, aunque hay un discurso social que refuerza la sensación de que se da presión social para evitar la mención de determinados asuntos o palabras, este discurso no logra imponerse sin que su contrapartida también se exprese. (Quede dicho que no me refiero aquí a las situaciones en las que se da violencia física evidente y algunos ciudadanos deben ir escoltados por decir lo que dicen. Y no me refiero a ellas, porque si no otra cosa, se requiere por lo menos coraje para seguir hablando cuando las consecuencias de hacerlo son tan desfavorables para uno.)
Pero, salvo los casos en los que hay violencia física evidente, lo que peligra cuando los conservadores dicen ser víctimas de lo políticamente correcto y sostienen que no pueden expresarse en igualdad de condiciones, no es la libertad de expresión o de pensamiento. Lo que peligra es la democracia, pues hablar de guerra cultural conlleva considerar que la democracia es una lucha por hacerse con el poder e imponer unos valores. La democracia peligra más que las libertades individuales, pues éstas, en contextos favorables, están bien protegidas y asumidas por los ciudadanos, mientras que la democracia es todavía vista como una manera de que reine la mayoría, de hacerse con los favores de la mayoría.
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