viernes, 6 de junio de 2008

Lo que necesitan los científicos es una cura de humildad


Pinker recuerda al pistolero que desenfunda más rápido. Citaba el otro día el primer espada de los periodistas españoles un artículo suyo y el amable señor Brotons me preguntaba qué pensaba.

En más páginas de las necesarias, Pinker sostiene que la bioética no necesita la noción de dignidad pues es demasiado subjetiva, relativa al contexto e incluso puede ser peligrosa, y propone sustituirla por la de autonomía. Según su opinión, si en lugar de centrarnos en la escurridiza dignidad, pensamos en términos de autonomía, no encontraremos tantos motivos espurios para limitar la investigación biomédica y el resultado será que muchas personas que sufren enfermedades ahora incurables podrán seguir viviendo dignamente.

La cuestión relevante es si existen límites a lo que se puede investigar, si podemos justificar, con argumentos susceptibles de ser compartidos por todos, que se limiten acciones humanas. El principio liberal para este tipo de limitación es el del daño a los otros. El problema al aplicar este principio a consideraciones bioéticas es que son raros los casos en los que se puede identificar claramente el daño, por ello, siguiendo con la argumentación pinkeriana, la dignidad permite señalar un daño intangible que justificará la prohibición. La propuesta es interesante, pero no toma en consideración a los seres no autónomos, niños y discapacitados, seres no autónomos que sólo pueden ser defendidos si se les atribuye la intangible dignidad. En el caso de seres autónomos está claro que lo mejor es preguntarles lo que desean que se les haga para que ellos puedan decir lo que más les conviene. Al resto no se les puede preguntar, ni tampoco a los animales.

Está claro que la dignidad es escurridiza y que difícilmente ofrecerá asideros para axiomas normativos. Tal vez el problema de Pinker radica en que busca este tipo de ecuaciones perfectas que nos permita actuar sin tomar en consideración los contextos, simplemente aplicando un protocolo. Es decir, de manera inhumana.

En general, sin embargo, Pinker parece tener razón. Es ajustada su crítica a los argumentos religiosos, y más cuando se trata de un documento subvencionado por el Estado.

Pero ¿basta con el optimismo de estos jóvenes y audaces científicos? ¿Son tan listos como para que les dejemos subvertir las nociones tradicionales de respeto, don, amor incondicional o sacrificio? Está bien que las decisiones institucionales se tomen adoptando parámetros científicos y está bien que los científicos no tengan otro límite en su investigación que la autorregulación (en la que el resto de ciudadanos depositamos nuestra confianza). Pero no pueden tener el monopolio en la definición del ser humano. Deben, pues, atemperar su arrogancia y escuchar a todos los paletos e iluminados que a fin de cuentas también son ciudadanos y que sobre la humanidad saben por lo menos tanto como los señores de la bata blanca.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pensar sólo en la "autonomía" no es suficiente porque hay seres no autónomos (bebés, discapacitados, animales no humanos) que pueden ser dañados.

Una guía mejor es la "ética de la preferencia" de Peter Singer. Debemos tener en cuenta los intereses de todos los seres capaces de sufrir que resulten afectados por nuestros actos.