La prensa informa de una carta que los defensores de los animales han enviado a Sharon Stone, quien, al parecer, gusta de cubrirse con restos de cadáveres.
Los defensores de los animales le escriben, en tono de broma pero no tanto, que están preocupados por su salud mental y que creen que no estaría de más someterla a un escáner de la región prefrontal de su cerebro que es donde, por lo visto, se aloja la empatía. La lógica es la misma que en "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?", la novela de Philip K. Dick que inspiró a la mítica (y algunos dicen que sobrevalorada) "Blade Runner". En la novela, para detectar el grado de empatía, y por tanto de humanidad, de los sujetos sometidos a pruebas para saber si son o no androides, se los invita a imaginarse situaciones que deberían producir una reacción inmediata de su empatía. En el mundo inventado por K. Dick, los humanos experimentan el dolor y la muerte de los animales (casi extintos) como si éstos fueran congéneres, mientras que los androides impostan sus reacciones y no hacen más que aparentar una empatía de la que carecen. Los de PETA piensan, al parecer, que Sharon Stone es un androide o que tiene un defecto mental. ¿En dónde está la compasión? ¿En el cerebro? ¿En las sinápsis de una zona concreta de la corteza cerebral? Puede que sí. Lo que, sin embargo, no se puede explicar desde la perspectiva estrictamente fisiológica es cómo surge esta tendencia cultural a ampliar la comunidad de los seres hacia los que cada vez más personas extienden su empatía. ¿Cómo se explica que las leyes progresivamente vayan extendiendo la comunidad de los entes merecedores de protección? ¿Cómo se explica que sea noticia que un hombre mate a un erizo con una pala?
Puede que Sharon Stone sea políticamente incorrecta o que simplemente le guste el tacto de las pieles o que le paguen para llevarlas. ¿Y los aficionados a los toros? ¿O los que ahora mismo están preparándose un bocadillo de salchichón? ¿Habrá que lobotomizarlos en nombre de un futuro mejor?
Tal vez el problema se deba a que cuando los sometidos (los animales en este caso) no pueden tomar la palabra y defenderse, y algunos hombres y mujeres de buena fe creen que deben hacerlo en su nombre, el espíritu misionero de la empresa los lleva a cometer excesos atribuyéndose una indignación ajena que, por el hecho de estar menos contaminada por las miserias del ego, parece más justificada.
jueves, 10 de julio de 2008
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