La democracia está siempre por venir, lo cual no significa que la democracia sea necesariamente nuestro porvenir. Los ciudadanos de todos los países, así llamados, democráticos expresan constantemente su preocupación por la salud democrática de sus instituciones. En algunos, como Suiza, la gente se puede asociar para llevar sus inquietudes a las urnas y proponer democráticamente mejoras a la democracia. Hace unas semanas los suizos votaron mayoritariamente en contra de una iniciativa para impedir que los miembros del gobierno se expresaran públicamente con motivo de los referenda. La inquietud de los ciudadanos que propusieron la modificación constitucional y de los que apoyaron la iniciativa es conocida de todos, a saber, la asimetría entre representados y representantes en el acceso a los medios de comunicación de masas.
Como siempre cuando se habla de democracia, el pueblo, o mejor, los individuos que constituyen el pueblo se refieren al sentido etimológico de la palabra. El poder es del pueblo, no de la elite que éste ha elegido, una elite que, por otra parte, se ha destilado a través de un proceso poco democrático que impide el acceso de cualquiera a los cargos importantes. La igualdad en el acceso a los cargos es formal y no efectiva, eso está claro. Y si bien este hecho se acepta, pues preferimos que nos gobiernen los que por lo menos han sido lo bastante hábiles para imponerse a otros dentro de su propio partido en la carrera electoral, esto no implica que también se considere aceptable que una vez en el cargo los políticos puedan ejercer su influencia sobre el resto de los ciudadanos como si ellos, los políticos, ya no fueran el pueblo.
El gobierno se opuso a la iniciativa no sólo porque ésta presentaba algunas lagunas jurídicas importantes como la diferencia entre información y opinión en el discurso de un político, sino también porque podía hacerlo, porque aún no existía una restricción a lo que podían decir como la que exigía el texto que se presentó al referéndum. Está claro que esta actitud es interpretada por los ciudadanos como una defensa de los privilegios por parte de la clase dirigente. Pero este análisis es demasiado vulgar. A fin de cuentas, ¿qué sabe el vulgo de lo que es mejor para el país? ¿Conoce acaso cómo funcionan las leyes? ¿No le basta con ejercer su control democrático limitado? ¿Tiene la gente derecho a decidir? ¿Por qué debería tenerlo? ¿Y sobre qué asuntos?
La democracia está bien, pero no todo puede ni debe ser democrático. Está banalidad que cualquiera que haya estudiado un par de días sobre el asunto conoce, apenas es percibida por los supuestos depositarios de la soberanía nacional. Y es que cuando se habla de democracia todos hablan de sus derechos y nadie de los deberes. Y así, claro está, se acaba creyendo que la democracia aún está por venir, cuando la realidad es que esto, este aparente desastre institucional y esta cacofonía de voces ignorantes, precisamente esto, es la democracia.
lunes, 14 de julio de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario