Este es el discurso que Ratzinger no pronunció en la Sapienza: "Mantener despierta la sensibilidad para la verdad".
En el discurso el Papa se pregunta qué puede y debe decir el obispo de Roma cuando acude a la universidad de su ciudad y concluye que tiene una autoridad moral que le permite hablar con la "voz de la razón ética de la humanidad". Tras afirmar esto se pregunta qué es la razón y para responder cita a Rawls (que junto con Habermas son las dos astutas referencias que elige para hablar con los académicos). Reproduce el pensamiento de Rawls del siguiente modo: "Rawls ve un criterio de esta racionalidad, entre otras cosas, en el hecho de que esas doctrinas derivan de una tradición responsable y motivada, en la que en el decurso de largos tiempos se han desarrollado argumentaciones suficientemente buenas como para sostener su respectiva doctrina.".
La prosa de Ratzinger tiene la peculiaridad de volverse oscura ahí donde pone las mayores esperanzas de clarificar un asunto. Es lo que pasa con esta frase (tal vez mal traducida). Pero, a pesar de lo poco claro, se entiende su defensa de la razonabilidad de la fe católica en virtud de la historia de la teología, entendida esta como el procesamiento racional de las verdades de la fe.
No es esta, sin embargo, la definición que Rawls da de razonable. Pero tampoco cabe esperar del Papa una exégesis correcta de un filósofo del siglo XX. Sus intereses son otros. La frase más controvertida viene después:
"Ciertamente, mucho de lo que dicen la teología y la fe sólo se puede hacer propio dentro de la fe y, por tanto, no puede presentarse como exigencia para aquellos a quienes esta fe sigue siendo inaccesible. Al mismo tiempo, sin embargo, es verdad que el mensaje de la fe cristiana nunca es solamente una "comprehensive religious doctrine" en el sentido de Rawls, sino una fuerza purificadora para la razón misma, que la ayuda a ser más ella misma."
El mensaje de la fe cristiana no es una doctrina religiosa como cualquier otra, sino que es algo así como una metadoctrina desde la que se puede discernir la razonabilidad del resto de doctrinas. Según esto, la fe cristiana va de la mano de la razón (teología y filosofía).
Aceptemos que se encuentra una justificación cristiana de las libertades y de los conceptos de justicia social que se consideran básicos en las sociedades liberales desarrolladas. No parece exagerado aceptar esto, pues no se trata más que de releer el sermón de la montaña con la vista puesta en la Declaración de los Derechos Humanos. Encontraremos coincidencias y posiblemente se pueda incluso argumentar que el camino que ha llevado a la positivación de los derechos es religioso y teológico. En aras del argumento se puede aceptar. Pero también se puede aceptar que no sólo la tradición cristiana permite demostrar la filiación religiosa de nuestros derechos más preciados, sino que otras tradiciones religiosas y no religiosas pueden acreditarse como fundamentos prepolíticos de lo normativo actual. Lo cual no quiere decir más que cualquier persona razonable sea de la religión que sea estaría de acuerdo con los principios de justicia de nuestras sociedades y sería capaz de estarlo tanto por motivos religiosos como por motivos políticos o éticos. Con lo que ya tenemos la definición de razonabilidad.
Pero con esto no se ha discutido el lugar privilegiado que Ratzinger atribuye a la fe cristiana. ¿Por qué no puede ser considerada una doctrina como las otras y entre las otras? El argumento de Ratzinger no es un argumento, sino la expresión de un superioridad para la que no da pruebas. Ciertamente la teología cristiana es una construcción complejísima en la que uno puede aprender muchas cosas. Es una construcción racional, pero no necesariamente razonable. Para ser racional basta con saber usar el cerebro para construir cosas o sacar conclusiones. Ser razonable sin embargo requiere una serie de habilidades prácticas, siendo la más importante la renuncia a imponer las propias opiniones a los otros. La Iglesia Católica dio un paso en esta dirección con el Concilio Vaticano II. Algunos acusan a Ratzinger de actitudes preconciliares. Su insistencia en la verdad y en su esplendor así lo atestiguan. Y uno diría que el embobamiento que provoca en algunos intelectuales y académicos se debe más a su racionalidad que a su razonabilidad. Eso es un problema para la democracia.
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