miércoles, 3 de diciembre de 2008

Hubbard: ¿un engañabobos malvado?

"Estas diversas explicaciones del pensamiento y de la doctrina de R. Hubbard legitiman plenamente a Cienciología en el contexto de las otras experiencias “religiosas” de la humanidad, experiencias que necesitamos en extremo para superar la prepotencia cada vez más irracional, instintiva y violenta del mundo en el que desgraciadamente vivimos hoy."

El sr. Seglers me pasa un artículo del que extraigo la cita final.

El autor concluye que la cienciología es una religión y que por tanto debe ser reconocida. Pero no le basta con eso, dice también que el simple hecho de ser una religión la convierte en algo bueno, pues viene a colmar la sed de los pecadores en su travesía del desierto de la realidad.

Son frecuentes los conservadores a los que de repente les ha entrado un fervor espiritual y, sobre todo, católico que les habría hecho sonrojar hace veinte años. Es el espíritu de los tiempos postseculares. Los más alternativos buscan ahora cobijo en tradiciones ancestrales y los burgueses con crisis de madurez se arremolinan a la puerta de las iglesias sin por ello dejar de comportarse como dandys (o como ellos creen que se comportan los dandys). Véase, por ejemplo, el libro de Valentí Puig, "La fe de nuestros padres", en el que hay un elogio de la iglesia católica que parece madurado al calor de un brasero en las tardes grises de la Barcelona franquista. Puig vuelve a la iglesia de la que se había alejado porque es un señor conservador, el problema es que no lo dice, de igual modo que no lo dicen sus engreídos discípulos que dicen escribir tan pero que tan bien. Son los conservadores con sayo liberal, que no le hacen ascos a un buen cóctel que les ayude a pensar nuevas demagogias con las que pasar a la historia de la tertulias provincianas del país.

Todo esto para decir que los laicistas radicales van a tener mucho trabajo, pues todo parece indicar que tanto la política como el derecho tienden a reconocer a las religiones y el papel que desempeñan en el espacio público. Las religiones son útiles para los que las practican, sostienen las instituciones de los Estados. Puede ser que esta afirmación contravenga el principio de neutralidad estatal, pues supone una manera de prejuzgar el contenido de una práctica respecto a la cual el Estado debería mantenerse neutro. Pero el auge de la laicidad positiva ha supuesto que no se considere una violación de la neutralidad estatal el hecho de que el Estado reconozca la afirmación de muchos creyentes que afirman sentirse felices de creer en lo que sea. No faltarán los que digan aquí que si el pueblo cree en algo, queda desactivado todo espíritu de subversión. La hipótesis es un clásico y, por ello mismo, debe de ser cierta.