Dícese de las creencias necesarias para mantener cohesionado al pueblo.
Las realidades imaginarias o no con las que se alimenta el sentimiento de pertenencia, la fidelidad al grupo y sus instituciones.
La bandera, la lengua, el territorio, la roja, etc., elementos con los que se apuntala el patriotismo. Cuando no basta con estos se busca un enemigo interior o exterior. “Espanya”, dicen los catalanes. “Cataluña”, dicen los españoles. “Los moros y los sudacas”, apostillan unos y otros.
La mejor religión civil, la más sana y perdurable son las garantías políticas y jurídicas que el Estado concede a todos los ciudadanos sin excepción. La constitución, por ejemplo. El patriota es el que apoya el orden constitucional porque es lo que más le conviene y de esta manera contribuye a forjar la nación. Esto serviría para pueblos o gentes menos viscerales. Aquí, la bandera ha estado durante demasiado tiempo bajo palio, y el folclore ha sido la moneda de cambio de todo sacrificio. Con un pasado así, donde la iglesia, los partidos, las regiones y el gobierno central saben que pueden calentar los ánimos con un simple discurso, con un par de palabras subidas de tono, con un pasado así, digo, no se puede forjar una nación ni unas pocas naciones.
Lo único que nos une es nuestro afán por tener un buen coche, un mejor ordenador, un buen televisor, una casa de veraneo, un buen par de esquís, o cualquier cosa con la que gastarnos el dinero que ganamos miserablemente. Es una religión pacífica y bien cimentada en nuestras costumbres. Es universal y no discrimina a los ciudadanos, si acaso son ellos los que se discriminan a sí mismos con su ineptitud para labrarse un futuro. El rito nuestro de cada día. La paz del comercio y del interés propio bien entendido.
Tal vez lo que necesitamos sea que España gane el Mundial, cosa harto improbable, entonces veríamos el poder de lo intangible, la elegancia de los españolitos que al fin se podrían poner la máscara patriotera.