miércoles, 9 de julio de 2008

Subvencionar la fe

No es necesario repetir que las creencias religiosas de los candidatos a presidente de los EEUU son, cuando menos, relevantes. De ahí que Obama insista en cincelarse un perfil religioso que le permita cosechar votos en todas las filas. La semana pasada la dedicó a defender un programa de apoyo a las iniciativas basadas en la fe, faith-based initiatives. Hace años que Bush apoya este programa que, según muchos, constituye un eslabón central de la cadena de transmisión entre los lobbies religiosos y el neoconservadurismo búshico.Para desmarcarse de Bush y, con todo, mantener el contacto con los líderes religiosos, Obama propone la eliminación de algunas restricciones internas en las organizaciones religiosas que reciben subvenciones estatales para llevar a cabo su trabajo social. Mientras que ahora las organizaciones pueden discriminar a sus trabajadores en virtud de su religión y están autorizados a hacerlo a pesar de recibir financiación federal, si Obama sale elegido no podrán aplicar restricciones internas cuando lo que se halla en juego es la utilización de fondos públicos.
Dicen algunos que los EEUU es un país no sólo pofundamente religioso o desecularizado, sino que además consiente una parasitización religiosa de lo público que en Europa sería intolerable. Los hechos sin embargo son otros. Países europeos o supuestamente europeos como España mantienen un régimen de financiación religiosa que dista mucho de la separación americana. Basta prestar atención al asunto de las restricciones internas, esto es, al régimen de aceptación de colaboradores que aplica la iglesia católica, iglesia que, no está de más decirlo, recibe financiación estatal. ¿Se puede denunciar a la iglesia por aplicar criterios discriminatorios en la selección de sus colaboradores? ¿Puede una mujer divorciada dar clases de religión en un instituto público con el plácet del obispo?
Está claro que la comparación entre las dos costas del Atlántico requiere un estudio más complejo, pero lo que en todo caso se aprecia es que la Primera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, con toda su inefable brevedad, facilita un análisis de las relaciones entre religión y política bastante más diáfano que todas las pleitesías, diplomacias y añagazas que requieren los acuerdos lateranenses en Italia o el así llamado concordato en España.

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