A mediados de agosto Rémy Salvat fue encontrado sin vida en su casa después de haber ingerido una dosis de barbitúricos. Tres meses antes le había escrito al presidente de la República Francesa, el ínclito Sarkozy, solicitándole una medida legislativa a favor de la eutanasia de las personas gravemente enfermas y con pocos deseos de seguir con vida. La respuesta del presidente no dejó lugar a dudas:
«Pour des raisons philosophiques personnelles, je crois qu'il ne nous appartient pas, que nous n'avons pas le droit, d'interrompre volontairement la vie.»
A lo que añadió:
«Je voudrais que soit privilégié le dialogue au chevet du malade, entre lui-même, le médecin et la famille, en toute humanité afin que soit trouvée la solution la plus adaptée à chaque situation.»
Según el presidente, el énfasis de las políticas no debe estar en facilitar la muerte o suicidio asistido de los gravemente enfermos que así lo deseen, sino en garantizar los cuidados paliativos. Sin duda, los cuidados paliativos son una demostración de que una sociedad no deja abandonados a los ciudadanos más débiles, como sucedió en un verano canicular en Francia hace unos años que se llevó consigo a varias decenas de ancianos y que fue aprovechado por el malvado Houellebecq para escribir su repugnante "La posibilidad de una isla". Está claro que una sociedad que deja que los viejos se mueran es una sociedad indigna y parece que por ahí ha empezado el combate legislativo de Sarkozy. Pero además de la dignidad también hay que pensar en la autonomía y no parece necesario que ambos sean conceptos que se excluyan mutuamente, a no ser que se adopte el sesgo cristiano que tiende a enaltecer la primera, la dignidad, al precio de debilitar la segunda, la autonomía.
Pero esto es opinable. Lo que no es opinable es que la motivación del presidente sean sus "razones filosóficas personales". ¿Deberían importarnos las razones filosóficas personales de Sarkozy? Está claro que si hubiera dicho que se trataban de sus "razones religiosas personales" el asunto habría sido mucho más criticado, pero lo mismo debería darse cuando se habla de razones filosóficas. El problema está en que son "personales". No se trata de exigir que las razones de los políticos no sean personales, de que los políticos sean como robots (como algún estudiante siempre acaba pensando, pobre idiota, que deberían ser). De lo que se trata es de que sean capaces de transmitir o de traducir estas ideas personales a un lenguaje y a unas motivaciones que no sean personales. No sólo por una cuestión de cortesía, sino por legitimidad democrática.
Legitimidad democrática de la que parece saber poco el arzobispo de Lyon, Philippe Barbarin, que declaró que "un président de la République ne peut pas faire ça, ne peut pas dire à quelqu'un : je t'autorise à mourir". Naturalmente, y es que el Presidente no autoriza a morir sino que es el legislativo el que hace una ley en representación de los ciudadanos para que estos decidan si, bajo determinadas circunstancias, pueden autorizar a alguien para que cumpla la última voluntad de los que ya no creen que esta vida es vida.
Y aún añadió: "Un président de la République, c'est un président de la République. Ce n'est pas Dieu le père" No, efectivamente, el presidente de la República no es Dios, pero nadie en sus democráticos cabales lo cree. El joven Rémy no escribió a Dios, sino a un político endiosado que antepone sus creencias a sus obligaciones y que en nombre de la dignidad hurta la autonomía. No se le pide a Sarko que decida sobre la vida o la muerte, sino que establezca los procedimientos jurídicos y médicos que permitan que cada cual pueda decidir.
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