lunes, 1 de septiembre de 2008
Mezquitas y minaretes
La laicidad y la libertad religiosa no siempre conviven bien. Los defensores de la primera no siempre están de acuerdo en que el Estado garantice el ejercicio de la libertad religiosa pues en realidad creen que las instituciones laicas deben promover la secularización de la sociedad así como la progresiva privatización y, finalmente, desaparición de las religiones. Sin embargo, la laicidad topa con unos límites constitucionales que protegen a los creyentes de las euforias anticlericales de los laicistas inmoderados.
Basta ver los comentarios de los lectores al anuncio de la construcción de una mezquita enorme en Colonia (Alemania). La mayoría del consejo municipal aprobó la construcción de la mezquita promovida por la asociación islamo-turca Ditib. Debe quedar claro que simplemente se les ha concedido el derecho a construir un edificio de culto en un terreno propio y que no se les ha dado ninguna subvención, pues la mencionada asociación cuenta con fondos procedentes del gobierno turco. El argumento de los opositores, tanto el CDU (con la excepción del alcalde) como la asociación populista de derechas Pro Köln, sostienen que no se trata de un proyecto de integración de los ciudadanos musulmanes sino de una “demostración de poder”. Frente a los políticos que defienden el derecho de los musulmanes a no verse obligados a practicar su culto en sótanos o en patios interiores y que confían en que la mezquita se convierta en un símbolo más de Colonia, los opositores arguyen que se trata de un paso más en la islamización de Europa promovida por gobiernos extranjeros como Turquía.
La palabra clave que repiten los opositores a la construcción de la mezquita es “islamización”. Incluso en Alemania, en donde la xenofobia apenas puede ser expresada en público como es el caso en Dinamarca u Holanda, la derecha está empezando a decir las cosas claras. El sentimiento de culpa del nazismo se va difuminando y las palabras gruesas contra los inmigrantes ya no son monopolio de los radicales sino también de algunos cargos públicos. Cada vez se habla más claramente, se señala a los extranjeros, en especial a los musulmanes, con menos escrúpulos. La islamización es vista como una pérdida de las raíces del país, como una mezcla que acabará con Alemania entendida en términos de pureza nacional. El discurso, ciertamente, se apoya en el vínculo entre Islam y terrorismo. Se rechaza toda manifestación pública de los musulmanes, y se recurre al miedo, al discurso orientalista, a la imagen del Otro amenazante.
Se dirá que el discurso a favor de la construcción de la mezquita, o mejor, el discurso a favor del ejercicio equitativo de la libertad religiosa de los ciudadanos de diversas confesiones, no es más que pensamiento bienintencionado que no toma en consideración las eventuales consecuencias negativas que este asunto puede tener en un futuro que, no lo olvidemos, nadie conoce. En el caso alemán Wolfgang Schäuble, el ministro del interior que ha defendido en múltiples ocasiones el derecho de los musulmanes a ejercer su fe en público y a disponer de lugares de culto dignos, ha tenido que responder a los que le acusan de legislar desde los remordimientos y el sentimiento de culpa de los alemanes, sin prestar atención al hecho de que el islam constituye un peligro real.
Hace un par de días, un “artista” que responde al nombre de Gianni Motti, ha instalado un minarete blanco en el tejado de un museo en la pequeña localidad suiza de Langenthal. Se trata de un happening o de una instalación en el marco de una exposición artística que supuestamente pretende suscitar un debate sobre la tolerancia de los ciudadanos ante los símbolos religiosos ajenos. Con la excusa de los permisos de obras y la seguridad ciudadana, las instituciones de la zona se están planteando impedir que el minarete siga instalado durante las tres semanas que dura la exposición. Les parece una broma de mal gusto. Algo innecesario. Una ofensa, casi. Las susceptibilidades están también alteradas en el bando cristiano.
La oposición a los minaretes y a las mezquitas se basa en el miedo a unas eventuales consecuencias maléficas para el orden constitucional europeo. El pueblo quiere que el legislador tome en consideración su miedo y legisle de manera preventiva. Pero el miedo está también de la otra parte. Véase, por ejemplo, el argumento del gobierno suizo que aconsejará el “no” a la iniciativa en contra de la construcción de minaretes entre otros motivos porque podría convertir al país en una víctima de atentados terroristas.
Pero, aunque no siempre lo parezca, en ocasiones vivimos bajo el imperio de la ley. Y ésta garantiza el derecho igual a practicar los cultos, de modo que la laicidad no tiene otra alternativa que interpretarse de manera positiva o radicalizarse tanto como aquello que pretende combatir.
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