"La foi n'est pas politique et la politique n'est pas une religion".
Estas han sido las palabras destacadas por Libération poco después de que Benedicto XVI aterrizara en Orly.
La frase no significa nada en concreto, pero sirve para ratificar que la iglesia católica, aunque sólo sea formalmente, acata el principio de separación entre Estado e iglesia.
Salvando las distancias (expresión algo vaga con la que se pretende ocultar la más que probable demagogia de la comparación que viene a continuación), la visita del Papa recuerda en cierto modo a la de Erdogan en Alemania en febrero de este año. El jefe de gobierno turco afirmó que "la asimilación es un crimen contra la humanidad" y animó a sus compatriotas en Alemania y el resto de Europa a mantener su identidad turca (mencionó la lengua pero no la religión).
Dos jefes de Estado animando a sus fieles y a sus compatriotas respectivamente a mantener sus vínculos con otro Estado que aquel en el que viven. La asociación turca, Ditib, que dirige la construcción de la mezquita en Colonia, está financiada por el Ministerio para la religión turco. Nos encontramos así con un país supuestamente laico que contribuye al mantenimiento de la religión islámica en un país extranjero. Por otra parte, el Vaticano, otro poder extranjero, lucha por los derechos de sus fieles en todo el mundo y mantiene múltiples "embajadas" en casi todos los pueblos de Europa occidental.
Las diferencias entre ambas infiltraciones en la soberanía de los países europeos son muchas, pero la que destaca el orientalismo (cf. Said) imperante en nuestra manera de ver el mundo es que unos son cristianos y los otros musulmanes. Que unos son pacíficos y los otros terroristas. Que unos somos nosotros y los otros son, eso, otros. Ante esto hay dos alternativas: o ser tan ingenuos con el Islam como lo somos con los católicos, o temer a ambos por igual.
viernes, 12 de septiembre de 2008
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