martes, 16 de septiembre de 2008

Sarkozy y Ratzinger

El exdirector de Le Monde presenta sin dramatismos las líneas maestras de los discursos que Sarkozy y Ratzinger se intercambiaron en el Elíseo:

“Todo un sector de la opinión pública, soliviantada por las declaraciones del presidente francés sobre el papel de la religión en la vida pública, esperaba al Papa -por así decirlo- "bastones en alto". Él mismo desactivó esta nueva polémica pidiendo simplemente para "el César lo que es del César", y se mantuvo a buena distancia de las disputas galas, insistiendo en cambio en el escándalo de la pobreza y elogiando la laicidad a la francesa.
En comparación, fue Nicolas Sarkozy quien se mostró más papista que el Papa al proclamar que sería una "locura", un "atentado contra la razón", privar a nuestras democracias del apoyo de las religiones. Sarkozy habló además de la "búsqueda de sentido", y de esperanza, con un vocabulario que habría cabido esperar del discurso del propio pontífice. Ni que decir tiene que la izquierda ha denunciado inmediatamente el cuestionamiento de otro dogma -laico esta vez-, acusando al presidente de socavar la "sacrosanta" laicidad.
En realidad es mucho ruido para pocas nueces. En el fondo, Nicolas Sarkozy habla de una "laicidad positiva" y aboga por el diálogo entre el Estado y la Iglesia en un país en el que ese diálogo existe y se desarrolla en condiciones globalmente serenas. Como siempre, Nicolas Sarkozy carga las tintas y crea expectación en torno a una idea que no cambia gran cosa, pero que él presenta como un concepto que lo cambia todo. Por supuesto, se trata de un guiño al electorado clásico de la derecha. Pero sobre todo expresa la voluntad -compartida en este caso- de abrir un espacio para un Islam de Francia -y de organizarlo-, que es la verdadera cuestión subyacente y no explícita. Ésta es la verdadera razón del intento -infructuoso- de reabrir en Francia un debate sobre la laicidad.”

De modo que, según Colombani, la laicidad positiva no está pensada para ahondar en las relaciones ya existentes entre la iglesia católica y el Estado (piénsese que la separación Estado-iglesia decretada por la ley de 1905 se ha ido adecuando a las situaciones concretas de modo que al fin lo que separa a ambas instancias no es un muro, como demandaba Thomas Jefferson sino un seto poroso), sino para incluir a los musulmanes en el diálogo para evitar lo que los agoreros y los pirómanos llaman “derivas multiculturales”, “sociedades paralelas” o guetos integristas”.

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