viernes, 13 de junio de 2008

Llamar a las cosas por su nombre

Con cierta periodicidad alguien afirma que muchos ciudadanos se autocensuran en nombre de lo políticamente correcto. Así, los de derechas, los antiabortistas o pro-vida no se atreven a hablar de según qué asuntos en público; los votantes del PP no se declaran como tales; y los que tienen un arma en su casa no lo dicen.

Pero hay una derecha que se expresa sin ataduras, sin complejos, que dice las cosas por su nombre. Así, despreocupado, transgresor, se presentó el recientemente fallecido Charlton Heston ante los miembros de la NRA el 7 de diciembre de 1997. La situación que detalla es de guerra. Guerra cultural equivale a confrontación entre valores, a división política causada por los valores distintos defendidos por cada parte, o a los valores que, una vez divididas políticamente las partes, deciden apoyar. Ateos contra creyentes. Anticlericales contra clericales. Progres contra fachas.

Divisiones esquemáticas que, sin embargo, poseen bastante fuerza motivacional para suscitar la sensación de que ocultan algo real. Los que se sienten amenazados por una mayoría que intenta imponer un nuevo vocabulario son los que afirman que existe la guerra cultural. Es el caso de la iglesia conservadora en España o el de los defensores del derecho a llevar armas en los EEUU. Sostienen que la presión social (la de la sociedad sobre el individuo) sesga los discursos y que determinadas opiniones son acalladas, no mediante la coerción, sino mediante la exclusión sutil.

En palabras de Heston a sus correligionarios de la ARA: “you are shamed into silence! Because you embrace a view at odds with the cultural warlords”. Y los que de repente se ven silenciados son los que antes (¿antes?) mandaban:

“Heaven help the God-fearing, law-abiding, Caucasian, middle class, Protestant, or—even worse—Evangelical Christian, Midwest, or Southern, or—even worse—rural, apparently straight, or—even worse—admittedly heterosexual, gun-owning or—even worse—NRA-card-carrying, average working stiff, or—even worse—male working stiff, because not only don't you count, you're a downright obstacle to social progress. Your tax dollars may be just as delightfully green as you hand them over, but your voice requires a lower decibel level, your opinion is less enlightened, your media access is insignificant, and frankly mister, you need to wake up, wise up and learn a little something about your new America...in fact, why don't you just sit down and shut up?”

De vez en cuando surge una voz que dice ser la única que tiene el coraje de transgredir lo políticamente correcto, de hablar ahí donde otros callan. Uno que, impostando la ingenuidad de infantil, dice que el rey está desnudo.

Me resisto a creer que este asunto tenga algo que ver con la libertad de expresión. Me resisto asimismo a analizarlo con ayuda de la famosa “tiranía de la mayoría” de Mill. Y si me resisto es porque algo falla cuando es uno mismo el que se las da de transgresor, cuando uno mismo es el que, en cierto modo, crea al enemigo para engrandecer el propio coraje. No son tan valientes, los que dicen, donde no toca (por ejemplo en las facultades de letras de las universidades públicas españolas) que, por ejemplo, los inmigrantes son fuente de problemas y corrompen la unidad nacional. Ni tampoco los que dicen que en Cataluña no se puede hablar en castellano. Ni los que se quejan de la presunta importancia del, así llamado, lobby gay. No lo son, porque, aunque hay un discurso social que refuerza la sensación de que se da presión social para evitar la mención de determinados asuntos o palabras, este discurso no logra imponerse sin que su contrapartida también se exprese. (Quede dicho que no me refiero aquí a las situaciones en las que se da violencia física evidente y algunos ciudadanos deben ir escoltados por decir lo que dicen. Y no me refiero a ellas, porque si no otra cosa, se requiere por lo menos coraje para seguir hablando cuando las consecuencias de hacerlo son tan desfavorables para uno.)

Pero, salvo los casos en los que hay violencia física evidente, lo que peligra cuando los conservadores dicen ser víctimas de lo políticamente correcto y sostienen que no pueden expresarse en igualdad de condiciones, no es la libertad de expresión o de pensamiento. Lo que peligra es la democracia, pues hablar de guerra cultural conlleva considerar que la democracia es una lucha por hacerse con el poder e imponer unos valores. La democracia peligra más que las libertades individuales, pues éstas, en contextos favorables, están bien protegidas y asumidas por los ciudadanos, mientras que la democracia es todavía vista como una manera de que reine la mayoría, de hacerse con los favores de la mayoría.

No hay comentarios: