"Ayudar a morir", así se titula el libro de la Dra. Iona Heath que publica Katz. Ahí cuenta el caso de una señora ya mayor cuyo marido murió a medianoche y a la que sus parientes le preguntaron por qué no había llamado a la funeraria hasta la mañana. La mujer quería pasar la última noche con su esposo. Quería velarlo en calma, sin la intervención de las instituciones. Este ejemplo y muchos otros le sirven a la autora para reivindicar una experiencia de la muerte no medicalizada como la que se daba en las comunidades de otros tiempos, cuando todos debían lidiar con ella. Hoy, todos llamamos a la ambulancia al menor signo de peligro y eso puede suponer que nuestros parientes se mueran en la soledad fríamente acompañada de los hospitales o que se alargue la muerte en manos de la tecnología.
Es curioso encontrar el mismo argumento en un reciente libro de Camilo Ruini, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana desde 1991 hasta 2007, "Chiesa contestata": "la morte, di solito, non ha più luogo in famiglia -dove il morente era el centro dell'attenzione e della cura dei parenti e di tutto contesto degli amici e dei vicini- ma in ospedale, diventando in larga misura una questione per 'specialisti'". El obispo parece no darse cuenta de que con esta afirmación está señalando que la tecnología médica provoca situaciones en las que la muerte pierde su dignidad, lo cual le debería llevar a defender que en ocasiones es mejor morir bien en casa que alargar la agonía gracias a las máquinas. Pero, claro, la defensa a ultranza de la "sacralidad de la vida" por parte de la iglesia católica, el empecinamiento en considerar que es digno perder la autonomía, le impide ver las consecuencias que debería extraer de sus propias observaciones.
miércoles, 29 de octubre de 2008
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1 comentario:
La iglesia católica, con su jerarquía piramidal coronada por el papa, ha llegado al mismo punto que el librepensamiento: a la famosa liquidación del Altísimo. El papa con la infalibilidad de la doctrina de la iglesia ha suplantado al Verbo, mientras tanto el librepensamiento también lo ha substituido por un montón de consideraciones inconcebibles que sustentan una moral de lo más sesuda que vela desde las cátedras y las instituciones competentes por nuestra propia dignidad como ciudadanos.
Los demás parece que nos tenemos que conformar con nuestras opiniones personales, demasiado rústicas para ser consideradas. ¿Quién se tomaría en cuenta sus propias opiniones o las del colega de al lado antes de la quinta cerveza? Así que cuando alguien, el buen padre Camilo Ruini en esta ocasión, da una opinión sentida sobre, por ejemplo, la dignidad de morir, parece que se enreda en cientos de consideraciones descalificándose a sí mismo y a la doctrina de la propia institución que representa. Y aunque parecería gracioso el asunto es más bien penoso porque si el pensamiento humano, religioso o no, ya no emana de los individuos sino de las instituciones, si la acción moral ya no la deciden los individuos sino las instituciones ¿Para qué hemos liquidado al buen Dios?
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