martes, 15 de abril de 2008

El prestigio de la libertad

La imagen es conocida: un joven airado o una señora bien peinada se plantan ante el funcionario de turno y le espetan que a ellos nadie les tiene que decir lo que pueden hacer o no, que nadie tiene derecho a meterse en sus vidas, que qué se han creído. Desahogarse de las tensiones de la vida y afirmarse ante un funcionario es una actividad mezquina que, sin embargo, tiene el prestigio de la libertad. Soy libre y nadie me dice lo que tengo que hacer, tengo derechos, señor, no se meta conmigo. Y se puede levantar la voz y hacer aspavientos aprovechando la subida de adrenalina que se repetirá cuando contemos la hazaña, coloreándola, claro está, con los amigotes.

Además, hoy, quien lo desee dispone de argumentos para negarse a obedecer, en los que no sólo se habla de libertad sino también de ética. El caso concreto de la objeción a EpC (Educación para la ciudadanía) es ejemplar de la vacuidad de muchas protestas cuyo valor reside en la reclamación de un derecho que, sin duda alguna, se ostenta. Y puesto que los derechos son sagrados, no es necesario justificar las reclamaciones que de ellos se hacen. Basta con decir que uno quiere ser libre de enseñar a su progenie lo que le parece mejor, sin la obligación de someterse a los dictados del gobierno o de los educadores, en este caso. La no necesidad legal de justificar la desobediencia tiene como consecuencia que la objeción se utilice con fines políticos y no de conciencia.

Todo esto resulta al fin tan aburrido como la lectura cotidiana de los diarios y su goteo de tejes y manejes al servicio del dinero y el poder. La ética y los derechos son de cabo a rabo las nobles máscaras con que se cubren los rufianes.

No hay comentarios: