El catedrático de derecho eclesiástico de la Complutense escribe sobre el macarthysmo religioso que persigue a la iglesia católica en el mundo. Esta sacralización del Estado conlleva, según el autor, el olvido de la religión como fuente de sentido, así como el hecho, creo que más importante, por más neutro, de que la democracia se basa en el respeto a las libertades individuales, entre las que hay que contar, la libertad de equivocarse siguiendo las propias creencias. En palabras del catedrático: "los valores de una sociedad proceden de sus miembros, y los que la orientan en una u otra dirección se originan no sólo en las estructuras estatales sino también, entre otros, en los medios de comunicación, en el mundo de los negocios, en los partidos políticos y en las Iglesias". De ahí que convenga "reafirmar a las Iglesias en el esfuerzo de redescubrir su misión socioespiritual en un mercado libre de opiniones".
Si las creencias se forman en libertad, y nada nos puede llevar a suponer lo contrario, a no ser que nos creamos en posesión de la verdad, y si los individuos (con sus creencias) deben ser tomados en consideración cuando se deciden las políticas públicas, entonces no nos queda otra que atender a lo que se diga proceda de donde proceda. Otra cosa, muy distinta, es cuando el que habla no es un individuo o una asociación, sino una gran corporación, como la iglesia católica. Ahí las cosas cambian.
En todo caso, bienvenida sea la vitalidad de la sociedad pues así el Estado se ve constantemente obigado a legitimarse. Vitalidad que, sin embargo, debe ser demostrada también por la iglesia católica cuando se ve confrontada con lo que antes eran blasfemias y ahora nada más que expresiones legítimas de libertad individual, como, por ejemplo, Dogma, la película de Kevin Smith, ninguna genialidad, cierto, pero una muestra de cristianismo sin dogmas, de catloicismo anticlerical.
lunes, 20 de abril de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Somos vivos pero no podemos conocer las causas de nuestra vida. Somos un movimiento que, sabiendo ser movimiento, ignora totalmente su causa y sus efectos, y no puede que inventar algo para justificarse. Esto significa que la vida es imposible sin ilusiones, porque necesitamos creer en algo para movernos (y la vida es movimiento). Aquí se vee la gran diferencia, según opino yo, entre religiones y filosofía: las primas son fundadas sobre ilusiones, la segunda también, pero lo reconoce, y no tiene miedo a cambiar teoría cuando una se demuestra vieja o sinsentido.
La utopía de una sociedad donde también la Iglesia reconozca el "libre mercado" de las almas y de las ideas, donde se reconozca que cada uno tiene derecho a creer en lo que quiere y a estar equivocado, es absurda. Esto sería pretender que la Iglesia dejase sus dogmas y se transformase en una filosofía (acabando con el desaparecer). Sería bonito, un mundo filosófico, pero totalmente utópico.
Publicar un comentario