En la NZZ del domingo un tal Hans Bühlmann escribe una carta al director en la que sostiene que los minaretes no son un símbolo religioso, sino una demostración de poder, lo que justificaría que se realizara el referéndum a favor de incluir en la constitución helvética la frase: "La construcción de minaretes está prohibida".
El señor B. acaba su carta diciendo que "nadie puede ser obligado a aceptar esos símbolos". ¿Qué significa "aceptar"? Uno hablaría aquí de tolerancia, de la necesidad de respetar las costumbres ajenas, pero al instante recuerda un artículo de Aurelio Arteta sobre la tolerancia boba, "La tolerancia como barbarie", en el que se advierte de los peligros de tolerarlo todo, incluso lo intolerable. Sin embargo, lo que decimos y pensamos sobre el islam, nosotros, buenos europeos, no son más que estereotipos del Otro que en ocasiones adquieren una tonalidad multicultural simpática y en ocasiones son muestra de una xenofobia que nace de las entrañas del miedo.
El asunto recuerda a las prevenciones frente a la cienciología. Prevenciones fundadas en sospechas poco fundadas, luchas de intereses económicos y sociales, geopolítica globalizada. Y todo sobre el trasfondo de la sacrosanta libertad de conciencia y de religión. Limitarla es desprestigiarnos, pero su aplicación debe ser prudencial, lo cual obliga a un control estatal de las acciones ciudadanas que dinamita el muro de separación entre Estado e iglesias.
En todo caso, es recomendable no insistir en la validez incondicionada de ciertos principios constitucionales e inclinarse por una casuística atenta a los ritmos del presente, en equilibrio entre la astucia y la legalidad.
lunes, 16 de marzo de 2009
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