En la clínica de Udine han dejado de nutrir a la Sra. Englaro, mientras algunos políticos se afanan por legislar ad hoc sobre el asunto y detener lo que la iglesia dice que es un asesinato.
En el asunto se evidencian preguntas centrales de la bioética. Preguntas que cada cual responderá siguiendo los presupuestos en los que se base su ideología. Por ejemplo, ¿está viva? Según Berlusconi, sí, pues respira y su cuerpo sigue ejecutando algunas de sus funciones automáticas. Para Peter Singer, en cambio, no está claro que podamos llamar vida a la ausencia de conciencia y de autoconciencia.
Pero esta cuestión antropológica y metafísica, demasiado metafísica, no sirve para comprender lo que está en juego. Además, si creyéramos que sólo se puede esperar un acuerdo sobre la eutanasia (activa o pasiva) cuando se haya alcanzado una respuesta consensuada sobre la vida en términos metafísicos, iríamos muy desencaminados, pues tal acuerdo no sólo no es posible sino que ni siquiera es deseable. Si existiera un acuerdo semejante, sería al precio de las libertades personales.
De ahí podríamos concluir que se trata de una cosa privada. Es lo que afirma el escritor Jonathan Franzen en una entrevista:
"Che cosa pensa dell'operato del governo italiano sul caso?
Da noi i repubblicani furono castigati per aver violato la tragedia privata di Terri Schiavo e più tardi persero le elezioni. Forse l'Italia farà lo stesso col suo governo, punendolo per quest'intrusione in una sfera che è e deve restare privata"
Lo cual se contradice con lo que publicó hace unos días Roberto Saviano:
"Rivolgendosi al diritto, combattendo all' interno delle istituzioni e con le istituzioni, chiedendo che la sentenza della Suprema Corte sia rispettata, Beppe Englaro ha fatto sì, invece, che il dolore per una figlia in coma da 17 anni, smettesse di essere un dolore privato e diventasse anche il mio, il nostro, dolore."
Lo que dice Saviano se entiende en clave personal, a saber, para él es importante que su causa sea pública, pues es una manera de defenderse, de que se haga justicia. En cambio, en el caso de los Englaro, la publicidad no protege sino que contamina, dado que el debate no es sobre justicia sino sobre moral, y ahí quien más quien menos se cree autorizado para decir cualquier cosa.
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