El valor de la vida. En su nombre, en nombre de ese valor, se acusa, se sospecha, se confabula, se persigue y se vilipendia. Eso es lo que ha hecho la iglesia católica en Italia. Basta echar una ojeada al editorial carente de toda caridad del periódico de los obispos italianos.
Hay que repetir que no es el valor de la vida lo que resulta decisivo, sino la intromisión del Estado en el espacio familiar, en las decisiones individuales. Este argumento, propio de los pseudoliberales y de los conservadores españoles, es abandonado cuando se trata de la eutanasia, de la muerte digna o de la autonomía de los enfermos. Es cierto que la coherencia no es una cosa buena en sí misma, pero también lo es que sin coherencia es difícil construir una ética congruente.
Que nadie pueda decidir sobre el valor de la vida. O mejor, que nadie decida en nuestro nombre. Que nadie decida por nosotros, como dice Mill. Por vosotros. De ahí que en relación con la muerte se requiera, ahí sí, un Estado mínimo.
miércoles, 11 de febrero de 2009
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