La libertad de expresión es un buen motivo para rasgarse las vestiduras. Los propagandistas liberales acechan a cualquier amenaza a la libertad de expresión y no dudan en ponerse al lado de los afectados. Así ha sucedido con Wilders, el pirómano.
Los defensores ingenuos de la libertad de expresión dicen que todo el mundo tiene el derecho a que su voz sea oída, lo cual no es más que una ficción. También se dice que lo que dijo el individuo en cuestión era una contribución al debate público sobre la inmigración y la violencia. La excusa del debate público tiene buena prensa democrática, pero nada más. El supuesto debate público no existe más que en la teoría. Como que, por buenos motivos, no está prohibida la demagogia, hablar de debate público no es más, a fin de cuentas, que demagogia, sobre todo si lo que se pretende es insultar, provocar e incitar al odio.
Como señalan algunos y otros, hay algo irónico en que alguien que prohibiría el Corán reclame para sí la libertad de decir cualquier pavada. En todo caso, hay que decirlo de nuevo: la libertad de expresión no es ilimitada. La excusa del debate público no se puede aducir para lavarse las manos. En última instancia, los liberales deben recordar que la libertad va acompañada de responsabilidad, y de igual modo que cada uno es responsable de su suerte financiera, también lo es de sus palabras.
lunes, 16 de febrero de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario