"Los mitos no tienen nada que ver con la verdad".
Lo escribe Michael Schermer (Por qué creemos en cosas raras, Alba). Si los mitos no tienen nada que ver con la verdad, entonces la religión tampoco. Menospreciar la religión porque no es un discurso sobre la verdad sería, entonces, no hacerle justicia. Las religiones sirven para consolarse, para unir a los ciudadanos, para reconocerse mutuamente en el respeto a unos principios, pero no tienen nada que ver con la verdad. Lo mismo se puede decir del arte, a pesar de que algunos pongan los ojos en blanco ante una obra de teatro y digan: "Cuánta verdad". No. Ni el arte, ni la religión, ni la ética tienen nada que ver con la verdad. Ya lo dijo Wittgenstein en su "Conferencia sobre ética". Excluir a la religión del ámbito de la verdad es concederle la importancia que tiene, a saber, mucha.
A pesar de que con esta terapéutica lingüística Wittgenstein pretendía dignificar la religión o los sentimientos religiosos, la iglesia católica no quiere renunciar a la verdad. Sus constantes apelaciones a la ley natural (ley de Dios) se apoyan en una teoría de la verdad como correspondencia, a saber, correspondencia entre la realidad y las leyes. Todo lector de Habermas sabe que nos ahorramos muchos problemas si no pensamos en las leyes como algo que puede ser verdad o mentira, sino como algo que puede ser correcto o incorrecto, válido o no válido, legítimo o no, pero nunca verdadero, pues verdaderas son las proposiciones sobre estados de cosas en el mundo y no las que nos conminan a actuar de determinada manera. Pero la jerarquía católica no quiere deshacerse de su monopolio de la verdad, pues, según dice, está en la Biblia y además eso nos conduciría al relativismo (sic).
En una entrevista en La Repubblica del 22 de enero, el cardenal de Turín, Poletto, dice a propósito del caso de Eluana Manglaro:
"La ley de Dios no puede nunca estar en contra del hombre. La ley de Dios está siempre a favor del hombre. Ir en contra de la ley de Dios significa ir en contra del hombre. Por ello, si las dos leyes entran en conflicto es porque la ley del hombre no es una buena ley y como tal se revelerá en sus frutos".
Cuando en un juicio se evidencia que un individuo es culpable de un delito, el proceso parte de que el hecho en cuestión por el que se enjuicia al individuo es verdadero, para lo cual son necesarias pruebas y testimonios. Pero cuando el juez dicta la sentencia, no se trata de la verdad, sino de la aplicación de una ley. Es banal, pero hay que decirlo. Las cosas cambian, empero, si uno dice, como el purpurado:
"Io non giudico, solo Dio giudica".
Curiosa forma de lavarse las manos.
sábado, 24 de enero de 2009
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