Sólo si nos mantenemos en la frialdad analítica podemos permitirnos la altivez de hablar de este texto como si nos fuera ajeno:
"Ich habe am 9. Juli 2007 die niederschmetternde Diagnose "Bösartiger-Brustkrebs" erhalten. Wurde danach brusterhaltend 2x operiert, da Micrometastasen in einem Lymphknoten gefunden wurden. Habe in den vergangenen zwangig Wochen Zehn Chemotherapien erhalten. Und Zwei Therapien, sowie ein Monat Bestrahlungen liegen noch vor mir. Obwohl ich seit 1993 den Herrn Jesus als persönlichen Erlöser kennen darf, ist das Ganze an manchen Tagen wie ein Albtraum. Bitte betet, das Gott durch meine Erkrankung verherrlicht wird und das keine Langzeitschäden durch die Chemo an Leib, Seele und Geist entstehen. Danke, der Herr segne euch liebe Glaubensgeschwister! Edith"
En el texto, sacado de una página cristiana en la que la gente puede enviar sus oraciones para compartirlas con otros creyentes, una señora explica su contienda terapéutica y medicalizada con un cáncer desde el verano del 2007, y dice que, a pesar de que le ha sido permitido conocer a Dios como "redentor personal", la vida le parece una pesadilla. Concluye animando a los fieles a rezar para que "Dios sea glorificado por mi enfermedad y para que no queden secuelas de la quimioterapia en el cuerpo, el alma o el espíritu".
Los hay, osados, que dicen que la confianza que la mujer pone en la terapia medicalizada se compadece mal con su fe en el Señor. Puede ser que, en última instancia, se pueda exigir que los responsables políticos no se arrodillen para tomar sus decisiones, sino que las tomen de pie, como caballeros y buenos hombres. Pero eso no tiene nada que ver con la llaga que vemos supurar en la oración. Una llaga que quien más quien menos tiene en alguna parte de su cuerpo, alma o espíritu. En la oración se comparte el dolor. Gracias a internet podemos identificarnos con el dolor de los pequeños burgueses alemanes o franceses. El anhelo es el mismo en todas partes. Lo religioso no es más que una forma organizada de expresar el anhelo y de compartirlo. En términos políticos, lo que importa es el vínculo horizontal de la religión. Del vertical se puede prescindir, pues ese no es competencia más que de los miembros del club en concreto. Lo que sí que se debe reconocer políticamente, es que la gente sufre y busca consuelo, y que ya sea en grandes religiones organizadas o en otra forma de cultos, los ciudadanos buscan consuelo y lo encuentran. O sea, que nada humano nos es ajeno y que lo que se comprende, se...
miércoles, 7 de enero de 2009
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1 comentario:
Las sociedades religiosas son, en general, muy antiguas y tienen ritualizadas una serie de necesidades humanas, como el lamento, que en las sociedades laicas no han encontrado lugar. Cuando alguien sufre es atendido por servicios paliativos, por sicólogos o por especialistas pero nadie sufre junto a ellos (a no ser que se apunte a terapias de grupo y demás, aunque no es lo mismo el consuelo institucional que el de la colectividad).
Las religiones todavía son más o menos capaces de regular cierto tipo de catarsis colectiva que en la sociedad civil solo parece darse de forma espontánea en el fútbol, en algún concierto y que es expresión, solamente, de alegría colectiva, nunca de sufrimiento colectivo.
Supongo que la muerte es menos si en la vida, y en el sufrimiento en particular has sido capaz de trascender tu individualidad.
A mí todo esto me parece inconcebible y a día de hoy me siento más atraído por la morfina que por la oración, pero entiendo que la catarsis, la expresión de la colectividad es una de las experiencias perdidas dignas de admiración. Más las catarsis de la cultura clásica, múltiples y variadas como la tragedia y más aun los ritos báquicos y orgiásticos (que nadie las confunda con pornografía) que la preceden que las lamentables catarsis cristianas, con sus aleluyas, sus lágrimas o sus cilicios.
Hay un tabú cada vez más denso que protege al individuo de la colectividad, que reduce las posiblidades del hombre y ahí los librepensadores somos cada vez menos libres de encontrar expresiones de nuestro espíritu más allá de nuestra soledad.
Oriol Anguera
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